El 4 de octubre del año 380 (ca.) en la sacristía de la iglesia de Zaragoza se reunieron en Concilio doce obispos principalmente para condenar la doctrina y prácticas de Prisciliano y sus seguidores. Como toda teoría, el priscilianismo tenía sus aplicaciones prácticas: «La ética del dualismo priscilianista con su pobre concepto de la naturaleza dio origen a un indecente sistema ascético así como a algunas observancias litúrgicas peculiares, tales como el ayuno los domingos y el día de Navidad» [1].
Seguramente como efecto de la condena de la doctrina y las prácticas ascéticas en las fiestas de Navidad del grupo de Prisciliano, el Concilio decreta 21 días de asistencia a la Iglesia. De este modo, por un lado, se decreta el distanciamiento de la penitencia y la ascesis como andar descalzo en ese tiempo o ayunar el domingo; y, por otro, evitan las prácticas privadas relacionadas con el priscilianismo al no poder estar ‘ocultos’ en casa, ni poder ir al monte o a la hacienda: «En los 21 días que hay entre el 17 de diciembre hasta la Epifanía -que es el 6 de enero- no se ausente nadie de la iglesia durante todo el día, ni se oculte en su casa, ni se marche a su hacienda, ni se dirija a los montes ni ande descalzo, sino que asista a la iglesia. Y los admitidos que no hicieran así, sean anatematizados para siempre. Todos los dos obispos dijeron: sea anatema»; «Nadie ayune el domingo en atención al día o por persuasión de otro, o por superstición, y en cuaresma no falte a la iglesia. Ni se esconda en lo más apartado de su casa o de los montes aquellos que perseverar en estas creencias, sino que sigan el ejemplo de los obispos y no acudan a las haciendas ajenas, para celebrar reuniones. Todos los obispos dijeron: sea anatema quién esto hiciere» [2].
Siglos más tarde el X Concilio de Toledo (656), en referencia a la fiesta de la Encarnación del Verbo, fijará la fecha del 18 de diciembre dando origen a la solemnidad de Santa María, que desde la tarde anterior celebra su maternidad (Santa María. La Virgen de la O). Pero los padres conciliares toledanos no se limitan a fijar ese día, sino que lo elevan a la misma dignidad que la Navidad, añadiendo también algunos días posteriores de fiesta: «Así como la dignidad de los días siguientes acompaña a la Natividad del Hijo, del mismo modo, la sagrada solemnidad de otros tantos días siga a la festividad de la Madre… la cual debe ser tan solemne como la Natividad del mismo Verbo» [3].
De este modo los 21 días comienzan con la solemnidad de Santa María y terminan con la de la Epifanía.
Hoy, 18 de diciembre, se celebra en el rito hispano-mozárabe la solemnidad de Santa María: equivalente a la solemnidad de la encarnación del Señor en el rito Romano.
La fiesta de Santa María fue instituida en el año 656 por el X Concilio de Toledo que decreto la fecha dado que el 25 de suele coincidir con cuaresma o Pascua y no se puede celebrar. Asimismo, se decretó que esta fiesta se celebrará con la misma solemnidad que la Navidad, también en sus días posteriores que hoy celebramos como octava.
En lugares de especial raigambre visigótica y mozárabe esta fiesta se continúa celebrando o se ha recuperado en los últimos años. En la Edad Media pasó en España a celebrarse como la espectación del parto de la Santísima Virgen María, también se celebra la Virgen de la Esperanza y popularmente la Virgen de la O, ya que en las primeras vísperas de su solemnidad comienzan a cantarse las antífonas mayores de Adviento.
X Concilio de Toledo (656) Tomado de: F. M. Arocena, Cánones litúrgicos de los concilios hispano-visigóticos
En muchas partes de España, la fiesta de esta santa Virgen no se guarda en un mismo día todos los años, porque habiendo pasado los hombres por diversos cálculos del tiempo, Es sabido que siguiendo la variedad no conservan la unidad para la celebración. Por lo cual, y dado el día en que se sabe que el ángel anunció la Virgen la concepción del Verbo, y la confirmó con milagros, no puede ser celebrado dignamente porque a veces cae dentro de la Cuaresma y coincide con la fiesta de Pascua, en los cuales tiempos no es oportuno celebrar ninguna de las fiestas de los santos, según se estableció en las normas antiguas, y no conviniendo que la misma Encarnación del Verbo se celebre en la época en que consta que el mismo Hijo de Dios después de la muerte de la Carne subió a los cielos por la gloria de la Resurrección, se establece por especial decreto el día octavo antes de aquel en el que el señor vino al mundo, se tenga también el día de la Madre del Señor como celebérrimo y preclaro.
Por razón del mismo honor, parece que así como la dignidad de los días siguientes acompaña a la Natividad del Hijo, del mismo modo, la sagrada solemnidad de otros tantos días siga a la festividad de la Madre… la cual debe ser tan solemne como la Natividad del mismo Verbo, y esto parece ser establecido, no sin el influjo de una digna costumbre que se sabe observada por diversas partes del mundo.
Desde el día 17 al 23 de diciembre, la antífona que acompaña al canto evangélico de vísperas, el Magníficat, y unas características peculiares: comienza con exclamación ‘Oh’ seguida de una invocación cristológica. A estas antífonas se les conoce como ‘antífonas mayores’ o ‘antífonas o’. Las iniciales del título cristológico encierran un simbolismo: Leídas desde la última a la primera forman las palabras ‘ERO CRAS’, es decir, ‘Estaré aquí mañana’. Y leídas de primera a última SARC ORE, o sea, ‘carne por boca’ que nos recuerda que la palabra que Dios pronunció por su boca se ha hecho carne (cf. Jn 1, 14).
Leídas las letras en negrita de abajo hasta arriba: ERO CRAS (estaré aquí mañana). De arriba hacia abajo: SARC ERO (carne con boca).
En la liturgia de las horas existe un himno inspirado por las antífonas O. A continuación puedes encontrar una musicalización del himno por Lucien Deiss
O Sapientia, quae ex ore Altisimi prodisti, attingens a fine usque ad finem fortiter suaviterque disponens omnia: veni ad docendum nos viam prudentiae
Oh Sabiduría, que brotaste de los labios del Altísimo, que cuidas de cuanto hay de un confin al otro, al mismo tiempo que todo lo ordenas con suave firmeza: ven y danos a conocer el camino de la prudencia.
La primera antífona, ‘O Sapientia’ es congruente en el primer grado del espíritu de sabiduría. Una cosa es gustar y otra entender. Son mucho los que gustan las cosas eternas, pero no pueden entenderlas en modo alguno. La sabiduría que se encuentra en Cristo, colma firmemente el alma con la certeza y la esperanza de las cosas eternas y en el momento oportuno lo dispone todo. En Cristo se da la suma sabiduría; la sabiduría que se encuentra en los demás hombres no es sino un pálido destello de la suma sabiduría.
O Adonai et Dux domus Israel, qui Moysi in igne flammae rubi apparuistiet ei in Sin legem dedisti: veni ad redimendum nos in bracchio extento
Oh Adonai y caudillo de la casa de Israel, que te apareciste a Moisés en el fuego llameante de una zarza y le diste, en el Sinaí, tu ley: ven y redímenos con tu brazo poderoso
La sexta antífona1 nos expone algo maravilloso, es decir, que el señor se apareció a Moisés en la llama de la zarza ardiente, sin que la zarza se quemara. .Esta antífona es congruente con el sexto grado del espíritu de piedad. El espíritu de piedad que hay en Cristo perdona misericordiosamente a los que se hicieron daño así mismos. De este espíritu estaba lleno Moisés, del que se lee que era ‘el hombre más humilde y sufrido del mundo’ (Nm 12, 3). Pero en modo alguno era más humilde que Cristo. Cristo, que convivió con el pueblo judío, resplandeció como una llama de fuego. Hizo milagros, perdonó los pecados a los humildes, a los mansos, a los temerosos de la palabra de Dios, pero los zarzales de los judíos de corazón soberbio, que preparaban insidias y persecuciones contra Cristo, no ardieron. No obstante, la piedad de Cristo toleró estas cosas, llegando incluso a orar desde la cruz por sus perseguidores.
Amalario de Metz Liber de ordine antiphonarii, 26-27
1 En la obra de Amalario esta antífona está colocada en el sexto lugar.
O Radix Jesse, qui stas in signum populorum, super quem continebunt reges os suum, quem gentes deprecabuntur: veni ad liberandum nos, iam noli tardare
O Raíz de Jesé, que te alzas como estandarte de los pueblos; los labios de los reyes evitarán mencionarte mientras que las naciones invocarán tu nombre: ven y líbranos. No tardes ya.
La cuarta1 se expresa con una alabanza admirable y de alguna manera inefable, al decir que es el renuevo de Jesé se levantará ‘como estandarte de los pueblos’ y que en su presencia callarán los reyes y todas las naciones le invocarán. Es así como canta: ‘O radix Jesse, qui stas’ en la cruz, con las manos en sus extremos, y eres ‘estandarte de los pueblos’ cuando el sol se oscureció y la tierra tembló, las piedras se resquebrajaron y se abrieron los sepulcros (Mt 27, 51-52), ‘ante quien los reyes enmudecerán’, es decir, los príncipes de este mundo, que silenciarán su retórica y su dialéctica, cuando llegue la predicación de la santa cruz y del santo evangelio, y por eso actualmente los pueblos vibran para predicar al crucificado.
Amalario de Metz Liber de ordine antiphonarii, 22
1 En la obra de Amalario esta antífona está colocada en el cuarto lugar.
O Clavis David, et sceptrum domus Israel; qui aperis, et nemo claudit; claudis, et nemo aperit: veniet educ vinctum de domo carceris, sedentem in tenebris et umbra mortis
Oh Llave ed David, y cetro de la casa de Israel; cuando abres, nadie puede cerrar; cuando cierras, nadie puede abrir: ven y saca de la cárcel al que está cautivo, al que se encuentra sumido en las tinieblas y en la oscuridad de la muerte.
La segunda antífona1 nos pone de manifiesto que Cristo es un admirable custodio de la puerta: lo que él cierra, no hay nadie que lo abra, y lo que abre, no hay nadie que lo cierre. Así está escrito de él en el Apocalípsis: ‘Esto dice el Santo, el verdad, el que tiene la llave de David, el que abre nadie cierra, cierra y nadie abre’ (Ap 3, 7). Que tiene este sentido: el que tiene la llave de David, es decir el poder real, la tiene por haber nacido de la estirpe de David, que es lo mismo que decir que la profecía de David se ha hecho patente en la manera de obrar de Cristo. El es el que abre y nadie cierra, cierra y nadie abre: los secretos de la ley divina quedan abiertos a los fieles por el poder que solo Cristo posee; para los infieles, estos secretos permanecen cerrados.
Amalario de Metz Liber de ordine antiphonarii, 18
1 En la obra de Amalario esta antífona está colocada en el segundo lugar.
O Oriens, splendir lucis aeternae el sol iustitiae: veni, et illumina sedentes in tenebris et umbra mortis
Oh Oriente, resplandor de la luz eterna y sol de justicia: ven e ilumina a los que están sumidos en las tinieblas y en la oscuridad de la muerte.
La quinta antífona1 se admira del audito Oriente, que las vicisitudes de los tiempos no hacen cambiar de un día a otro, sino que es eterno; el sol que nos trae, no solo iluminan los ojos del cuerpo, sino también los del alma. La justicia corresponde al aspecto del alma. Esta antífona es congruente con el quinto grado del espíritu de ciencia. El espíritu de ciencia que hay en Cristo, sabe lo que debe ser castigado misericordiosamente. El origen de la ciencia, que radica en la caridad, es Cristo. Basta su sola justicia, para hacer que los ojos del alma que lo contemplan se hagan poseedores de la ciencia.
Amalario de Metz Liber de ordine antiphonarii, 22-23
1 En la obra de Amalario esta antífona está colocada en el quinto lugar.
O Rex gentium et desideratus earum, lapisque angularis, qui facis utraque unum: veni et salva hominem, quem de limo formasti
Oh Rey de las naciones a quien ellas anhelan, y piedra angular, que das unidad a lo que está separado: ven y salva al hombre que formaste del barro de la tierra.
La séptima1 se refiere al rey de las naciones, y de manera admirable lo coloca como piedra angular; nosotros creemos que esta piedra vive y que tengamos necesidad de ella tal y como dice el antífona: para ‘de dos, hacer uno’, es decir, para unir en un solo los dos muros que iban en sentido diverso, a saber, el del pueblo de los judíos y el del pueblo de los gentiles, y hacer, así, una sola iglesia. Esta antífona es congruente con el séptimo grado del espíritu de temor. El espíritu de temor que hay en Cristo hace que los pueblos sean temerosos, como está escrito: los gentiles temerán tu nombre, señor, y los reyes del mundo tu gloria (Sal 101, 16)
Amalario de Metz Liber de ordine antiphonarii, 28-29
1 En la obra de Amalario esta antífona está colocada en el séptimo lugar.
O Emmanuel, rex et legifer noster, expextatio gentium et salvator earum: veni ad salvandum nos, Domine Deus noster.
Oh Emmanuel, rey y legislador nuestro, expectación de las naciones y también su salvador: ven y sálvanos, Señor, Dios nuestro.
La tercera antífona1 Dice: o en Manuel, Rex Legis Fer Knoester.Es admirable decir que dios esté con los hombres, que, y beba con ellos y que responda a sus preguntas siempre que lo quieran. El mismo rey David, no desde el punto de vista temporal sino eterno, es en cierto modo otro Moisés, que nos da la ley que perdura por los siglos de los siglos.Es a él a quien esperamos, nosotros, que formamos parte de los gentiles; el nos salvará por toda la eternidad.
Amalario de Metz Liber de ordine antiphonarii, 20
1 En la obra de Amalario esta antífona está colocada en el tercer lugar.
Henri Leclercq Dictionnaire d’archéologie chrétienne et de liturgie
En el oficio de Vísperas de los siete días previos al de la Vigilia de Navidad, el canto del Magníficat va precedido por el de una antífona. Estas siete antífonas forman un grupo que recibe el nombre de antiphone majores y, puesto que cada una de ellas empieza por la letra ‘O’, se les llama familiarmente las ‘antífonas mayores’, las ‘antífonas O’ y también las ‘O mayores’. Estas antífonas remontan a una lejana antigüedad ya que las encontramos en uno de los más antiguos documentos de la liturgia romana en el Responsorial atribuido a San Gregorio I, así como en los antifonarios romanos publicados por Tomasi. Encontramos la mención de estas antífonas en la vida de Alcuino, en Amalario, en Bernón de Reichenau, en el Ordo Romanus XI, en Raúl Ardiente, Reinero de Lieja, Honorio de Autun, Durando de Mende y en la mayor parte de los libros litúrgicos de este periodo de la Edad Media.
Un antíguo antifonario romano, publicado por Tomasi, prescribe el canto de estas antífonas a partir de la fiesta de san Nicolás (6 diciembre) hasta la fiesta de santa Lucía (13 diciembre); el Ordo Romanus XI, del canónigo Benedicto, en el siglo XI, indica el canto de estas mismas antífonas a partir del 6 de diciembre hasta la Vigilia de Navidad, o en los días que precedían inmediantamente esta fecha, según el número de las antífonas adoptado por cada Iglesia particular.
Estas antífonas se cantaban habitualmente a la hora de Vísperas, aunque varias Iglesias habían introducido la costumbre de cantarlas con el Benedictus, en el oficio de laudes. San Gregorio I, Amalario, la Vida de Alcuino, un antifonario publicado por Tomasi, Reinero y Durando mencionan esta costumbre en las Vísperas, mientras que Bernñónb de Reichenau, el canónigo Benedicto y otro antifonario romano la asignan al oficio de Laudes.
Cada antífona recibe el nombre de sus palabras iniciales: O Sapientia, O Adonai, O Radix, O Clavis, O Oriens, O Rex, O Emmanuel. El núnero de estas piezas liturgicas está fijado actualmente en siete, pero este número varió en la Edad Media. Parece que estas antífonas habían formado un grupo primitivo y los que quisieron aumentarlo, añadiendo nuevas antífonas, no se dieron cuenta de que estas siete antífonas formaban un acróstico, remontando de la última a la primera antífona: este acróstico forma las dos palabras ‘ERO CRAS’, ‘Estaré aquí mañana’. El rito romano ha conservado el número septenario indicado por Raúl Ardiente, Bernón, Honorio de Autun, Durando de Mende y el antiguo antifonario publicado por Tomasi. Ya el Responsorial de san Gregorio indica una octava antífona a la santísima Virgen: O Virgo virginum, de la que también hace mención Amalario constata divergencias entre el antifonario de Metz y el de Roma. El manuscrito de París, Biblioteca Nacional, lat. 17436, contiene nueve antífonas; se encuentra este mismo número en Lieja y en Alemania. A las siete antífonas ya mencionadas, se añadía O Virgo virginum y O Summe artifex, o bien, como en París, O Sancte sanctorum y O Pastor Israel. Los manuscritos 390-391 de la biblioteca de Saint-Gall contienen doce antífonas. Durando menciona igualmente nueve antífonas; otros alcanzan el número de doce, por ejemplo, Engelberto de Admont, un antifonario citado por Tomasi, y varios libros citados por Martène.
La diócesis de León (España) recuerda cada 15 de diciembre la traslación del cuerpo de San Isidoro de Sevilla. El Santo hispalense se celebra en el rito hispano-mozárabe en la octava su traslación, el 22 de diciembre (en el rito romano 26 de abril). En el s. XI, Sevilla estaba bajo el dominio musulmán cuando el rey Fernando I de Castilla y León hace tributario de su reino al reino musulmán gobernado por Al Mutadid. Además de los tributos le puso como condición la recuperación de las reliquias de Santa Justa. Para ello acudieron a Sevilla Alvito, obispo de León, y Ordoño, obispo de Astorga. No encontraron el cuerpo de Santa Justa, pero San Isidoro aparecido en sueños al obispo de León le indicó que su propio cuerpo debería ser llevado a León. Y así se hizo. El texto que sigue pertenece a la crónica de la llegadas de las reliquias de San Isidoro a la ciudad de León.
A la llegada del santo cuerpo, el muy esclarecido rey [Fernando I] hizo gala de un boato imposible de explicar (…). Así, junto con un grupo de notables y un numeroso destacamento de soldados, el rey llegó hasta el río Duero en compañía de sus hijos, gloria en persona del reino, Sancho, Alfonso y García. Allí su alteza real, dejando escapar lágrimas de alegría, canta alabanzas innúmeras al Creador del mundo; la ingente masa reunida salta de alegría; la tierra resuena con las voces de quienes glorifican a Dios. (…) Dejando a un lado su estatus superior, el gloriosísimo rey Fernando, como si renunciara a un privilegio temporal, los restos del santísimo confesor, descalzo, con sus muy esclarecidos hijos gozaba en portear sobre sus hombros (…). Por su parte la reina Sancha, su esposa, llevando a su lado a sus hijas Urraca y Elvira, prez del reino y honra de su madre, se presentó en la ribera del río Torío ante el ínclito confesor. También los arzobispos y obispos, abades, clero ordinario y religioso, todos se presentan vestidos con los sagrados ornamentos, antecediéndolos los cirios y demás insignias de la Iglesia (…). Y para que más crezca el júbilo y la alabanza se amplíe, a un ciego de nombre Eusebio, mientras pone su mano en el ataúd, la luz le brilló en sus ojos de repente. (…) Tras ello el muy esclarecido rey Fernando, reunidos los arzobispos, los abades al completo y los nobles de su reino, llevaron los miembros del santísimo doctor Isidoro entre himnos y cantos de alabanza a la iglesia de San Juan Bautista, en la que ahora son venerados por los fieles, estableciendo que esta iglesia fuera consagrada en honor del santo prelado Isidoro y que el día de la traslación y dedicación se celebrara como festivo todos los años el décimo día de las calendas de enero. La traslación tuvo lugar en la era 1101, año de la encarnación de Nuestro Señor Jesucristo 10631.
1 Historia de la traslación de San Isidoro, ed. de Juan Antonio Estévez Sola, en Crónicas hispanas del siglo XIII, Turnhout, Brepols, 2010, pp. 200-202.
“Salve, custodio del Redentor y esposo de la Virgen María. A ti Dios confió a su Hijo, en ti María depositó su confianza, contigo Cristo se forjó como hombre.
Oh, bienaventurado José, muéstrate padre también a nosotros y guíanos en el camino de la vida. Concédenos gracia, misericordia y valentía, y defiéndenos de todo mal. Amén.”.
León XIII (Pp. 1878-1903) impulsó con varios decretos y una encíclica la devoción y el patrocinio de San José sobre diferentes realidades; además, a él se atribuye la institución de los miércoles de San José. Sin embargo, la vinculación de San José con el miércoles ya es reconocida en un manual para sacerdotes editado en 1782. Este manual inscrito en la corriente de la composición y oración litánica consta de un reparto de devociones por cada día de la semana correspondiendo al miércoles la letanía de San José.
A continuación podemos ver las páginas de un ejemplar similar al citado aunque algo posterior. La feria IV (miércoles) tiene las letanías de San José y otras antífonas y oraciones al Santo Patriarca con la idea de que sirvan para recitar antes o después de oficio o la misa.
El domingo Gaudete se llama así por ser esta la primera palabra del introito. Estamos ante un día excepcional, pues en este tiempo de solemne y serena preparación para la llegada de Jesús, el III Domingo de Adviento se caracteriza por el carácter festivo; del mismo modo que sucede el IV Domingo de Cuaresma, conocido como Domingo Laetare, dentro de ese tiempo litúrgico. En este día, el color morado de los ornamentos y vestimentas del celebrante dejan paso al color rosa.
El texto de la antífona de introito está tomado de Filipenses 4, 4.5.6, y dice: Gaudete in Domino Semper: iterum dico, gaudete: modestia vestra nota sit ómnibus hominibus: Dominus prope est. Nihil solliciti sitis: sed in omni oratione petitiones vestrae innotescant apud Deum (“Gozaos siempre en el Señor: insisto, gozaos. Que su amabilidad sea evidente a todos. El Señor está cerca. No temáis por nada; más bien, con oración y ruego, presentad vuestras peticiones a Dios”).
El versículo del introito se toma del salmo 84, y será también el texto del ofertorio de este día: Benedixisti, Domine, terram tuam: avertisti captivitatem Iacob: remisisti iniquitatem plebis tuae (“Señor, has sido bueno con tu tierra, has restaurado la suerte de Jacob”).
Centrémonos en el texto de la antífona y en su significado, revalorizado mediante la riqueza simbólica de la notación adiastemática. En el primer inciso observamos una serie de grafías, con movimiento ascendente, que conducen al clímax de la frase: Semper. El valor alargado de la sílaba inicial evita la acentuación de la misma, licuescente, y conduce hacia la sílaba tónica de la palabra gaudete. El quilisma con el que concluye la palabra proyecta el fraseo hacia la palabra Domino, que, no siendo acentuada, sí es alargada en su última sílaba con un torculus de articulación verbal, cuya función consiste en generar tensión y en anunciar o preparar el adverbio Semper, que representa el clímax del ‘crescendo’ patente en toda la frase.
Cabe destacar que la palabra gaudete no se desarrolla dentro de un movimiento melódico-rítmico extraordinario, sino dentro de la solemnidad y de la serenidad. Es una alegría; es el Domingo Gaudete. Pero es una alegría contenida; recordemos que estamos en Adviento.
La palabra Semper, no obstante, no representa el cúlmen melódico del canto. Este está en el centro del mismo: Nichil soliciti sitis (“No temáis por nada”). El Salvador, y con Él la salvación, está cerca. No hay nada que temer. Ese Nichil, con su unísono en el Do agudo, representa el deseo de confianza, el punto álgido del texto, a partir del cual se inicia un progresivo descenso hasta el final del canto, concluyendo con el mismo ambiente de serenidad con el que comenzó el introito.
Hoy, 8 de diciembre, celebramos la Inmaculada Concepción de la Virgen María. Y en su liturgia existe una concesión especial para España: el uso del color azul. Aquí traemos un texto de D. José Ripoll a este respecto.
D. José Ripoll
El privilegio de poder emplear el color azul no es, sin embargo, el único concedido a España. Existe un breve pontificio, Ad hoc nos, rubricado por San Pío V (al que se añade el Pastoralis officii de Gregorio XIII) en el que se compendian todos los privilegios litúrgicos otorgados a nuestra nación, muchos de los cuales si bien han caído en desuso no debería ser óbice para conocerlos. Tales privilegios son el fruto de centenarias costumbres litúrgicas españolas -y no tanto una concesión graciosa en recompensa a determinados «méritos» como en ocasiones parece interpretarse- que recibieron tal reconocimiento después de haber sido solicitada la continuación de tales usos. Algo semejante ha sucedido con el color azul, que aún antes de la concesión del privilegio se habría comenzado a ser utilizar. Su uso resulta muy anterior a la misma proclamación del dogma por parte de Pío IX; por lo que parece,se comenzaría a utilizar en Sevilla al menos a raíz de la polémica entre maculistas e Inmaculistas en el siglo XVII. El primer reconocimiento de la posibilidad de usar este color tendría lugar en 1817, cuando Pío VII concedió su uso a la catedral de Sevilla para la fiesta de la Inmaculada y su octava. En 1879 la Sagrada Congregación de Ritos extendería este permiso a toda la archidiócesis hispalense. Finalmente el doce de febrero de 1883 según decreto promulgado por la Sagrada Congregación de Ritos se concede su uso las diócesis españolas y sus territorios para la solemnidad de la Inmaculada, su octava, y las misas votivas. Desde la supresión de la octava de la Inmaculada ya en el misal promulgado por Juan XXIII en 1962 acorde a las rúbricas de la instrucción Rubricarum instructum, el color azul queda reducido a la solemnidad de la Inmaculada y a las misas votivas de la Inmaculada. Y para las diócesis españolas, según lo que hemos indicado más arriba, cualquier otro uso está prohibido. No pensemos, sin embargo, que es nuestro país el único en el que veremos emplear vestiduras azules. Los antiguos territorios del Reino de Baviera (actual Estado Libre de Baviera) lo tiene concedido para la festividad de Santa María Reina y en Portugal para las fiestas de la Inmaculada y la Asunción. En todo caso, el uso abusivo de este color fuera de las fechas para las que está concedido supone desdibujar su sentido y el origen del privilegio: la devoción multisecular del pueblo español a la Inmaculada y la defensa del dogma. Fue precisamente en la archidiócesis de Sevilla, en el convento de San Antonio de Padua donde se conservarían -según la tradición- los más antiguos ornamentos confeccionados en color azul para celebrar a la Inmaculada.
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