La Cuaresma en el Rito Hispano-Mozárabe

La esperanza de una esclava. Santa Josefina Bakhita

El 8 de febrero la iglesia conmemora a la Santa Josefina Bakhita, esclava conversa y virgen consagrada en Verona. Fue canonizada por San Juan Pablo II. El papa Benedicto XVI escribe sobre ella en su encíclica Spe Salvi, haciendo de su biografía un testimonio de esperanza.

Carta encíclica Spe Salvi
Benedicto XVI

3. Pero ahora se plantea la pregunta: ¿en qué consiste esta esperanza que, en cuanto esperanza, es « redención »? Pues bien, el núcleo de la respuesta se da en el pasaje antes citado de la Carta a los Efesios: antes del encuentro con Cristo, los Efesios estaban sin esperanza, porque estaban en el mundo « sin Dios ». Llegar a conocer a Dios, al Dios verdadero, eso es lo que significa recibir esperanza. Para nosotros, que vivimos desde siempre con el concepto cristiano de Dios y nos hemos acostumbrado a él, el tener esperanza, que proviene del encuentro real con este Dios, resulta ya casi imperceptible. El ejemplo de una santa de nuestro tiempo puede en cierta medida ayudarnos a entender lo que significa encontrar por primera vez y realmente a este Dios. Me refiero a la africana Josefina Bakhita, canonizada por el Papa Juan Pablo II. Nació aproximadamente en 1869 –ni ella misma sabía la fecha exacta– en Darfur, Sudán. Cuando tenía nueve años fue secuestrada por traficantes de esclavos, golpeada y vendida cinco veces en los mercados de Sudán. Terminó como esclava al servicio de la madre y la mujer de un general, donde cada día era azotada hasta sangrar; como consecuencia de ello le quedaron 144 cicatrices para el resto de su vida. Por fin, en 1882 fue comprada por un mercader italiano para el cónsul italiano Callisto Legnani que, ante el avance de los mahdistas, volvió a Italia. Aquí, después de los terribles « dueños » de los que había sido propiedad hasta aquel momento, Bakhita llegó a conocer un « dueño » totalmente diferente –que llamó « paron » en el dialecto veneciano que ahora había aprendido–, al Dios vivo, el Dios de Jesucristo. Hasta aquel momento sólo había conocido dueños que la despreciaban y maltrataban o, en el mejor de los casos, la consideraban una esclava útil. Ahora, por el contrario, oía decir que había un « Paron » por encima de todos los dueños, el Señor de todos los señores, y que este Señor es bueno, la bondad en persona. Se enteró de que este Señor también la conocía, que la había creado también a ella; más aún, que la quería. También ella era amada, y precisamente por el « Paron » supremo, ante el cual todos los demás no son más que míseros siervos. Ella era conocida y amada, y era esperada. Incluso más: este Dueño había afrontado personalmente el destino de ser maltratado y ahora la esperaba « a la derecha de Dios Padre ». En este momento tuvo « esperanza »; no sólo la pequeña esperanza de encontrar dueños menos crueles, sino la gran esperanza: yo soy definitivamente amada, suceda lo que suceda; este gran Amor me espera. Por eso mi vida es hermosa. A través del conocimiento de esta esperanza ella fue « redimida », ya no se sentía esclava, sino hija libre de Dios. Entendió lo que Pablo quería decir cuando recordó a los Efesios que antes estaban en el mundo sin esperanza y sin Dios; sin esperanza porque estaban sin Dios. Así, cuando se quiso devolverla a Sudán, Bakhita se negó; no estaba dispuesta a que la separaran de nuevo de su « Paron ». El 9 de enero de 1890 recibió el Bautismo, la Confirmación y la primera Comunión de manos del Patriarca de Venecia. El 8 de diciembre de 1896 hizo los votos en Verona, en la Congregación de las hermanas Canosianas, y desde entonces –junto con sus labores en la sacristía y en la portería del claustro– intentó sobre todo, en varios viajes por Italia, exhortar a la misión: sentía el deber de extender la liberación que había recibido mediante el encuentro con el Dios de Jesucristo; que la debían recibir otros, el mayor número posible de personas. La esperanza que en ella había nacido y la había « redimido » no podía guardársela para sí sola; esta esperanza debía llegar a muchos, llegar a todos.

La asna, el ramo y Jerusalén. Apuntes espirituales para la procesión del domingo de Ramos

Foto de portada: Entrada triunfal de Jesucristo en Jerusalén, Giotto.
Tomada de: es.wikipedia.org

Introducción

Domingo de Ramos, quien no estrena algo no tiene manos, reza el adagio castellano. No sabemos muy bien a qué o a quién se debe esta máxima popular, pero ciertamente el cristiano debe, al menos, estrenar un ramo de alabanza al Señor. No hay excusa… una pequeña rama o algo que simule una palma es suficiente para aclamar al Señor. El Domingo de Ramos ¿para qué queremos manos si no es para aclamar a Jesús, rey del universo?

Este día encierra un sentido mucho más profundo que una simple bendición de ramos de laurel, olivo u otros arbustos y árboles, de olores, colores y formas diversas. En muchas ocasiones se han usado después casi como ‘amuletos’ para remedios físicos: aliñar las comidas con ellos o ahuyentar las enfermedades de personas y animales de la casa. El verdadero valor del domingo de Ramos no está en la bendición de los ramos sino en la procesión de los ramos que transforma el lugar de inicio en el huerto de los olivos y la iglesia en la Jerusalén del cielo que ha descendido para poder entrar en ella junto con el Rey de la Gloria: el Señor Jesús.

El título elegido para esta reflexión condensa tres aspectos sobre los que deberíamos de reflexionar para conocer mejor la espiritualidad de la procesión de los ramos. Se trata de los símbolos de la asna sobre la que Jesús entra en la ciudad santa, las palmas y ramos recogidos en el monte de los olivos y, por último, la dimensión escatológica de la conmemoración de esa entrada de Jesús en Jerusalén, o lo que es lo mismo, la anticipación de la entrada de los cristianos en la Gloria de Padre con aquel que es el Rey de la Gloria.

La asna y el pollino

Aunque los cuatro evangelistas narran la entrada de Jesús en Jerusalén (1) tan solo Mateo y Juan hacen referencia a la profecía de Zacarías que se cumple con la entrada de Jesús a lomos del animal. Dice el profeta: ¡Salta de gozo, Sión; alégrate, Jerusalén! Mira que viene tu rey, justo y triunfador, pobre y montado en un borrico, en un pollino de asna (2)La cita tomada por los dos evangelistas tiene, sin embargo, dos matices en la versión mateana que podrían pasar desapercibidos, pero que a nosotros nos interesa destacar aquí: la mención de la mansedumbre y el pollino que va junto con la asna.

Mateo dirige su escrito evangélico a una comunidad judeocristiana, es decir, judíos que habían creído en Jesús. Por tanto, conocedores de las escrituras proféticas. No sería raro que los redactores y los primeros oyentes de este evangelio tuvieran en mente la imagen del pueblo de Israel como la asna de la profecía de Jeremías: Desde siempre has roto tu yugo y has hecho saltar las correas, diciendo: «No he de servir». Recuerda tu conducta en el valle, reconoce todo lo que has hecho, camella liviana de extraviados caminos, asna salvaje criada en la estepa (3). Este texto de Jeremías que muestra al pueblo de Israel cómo esa asna salvaje, está entrelazado con otros dos temas (4), a saber: Israel como la vid selecta que se vuelve espino (5) y como esposa que ha sido infiel y prostituta (6).

Teniendo esta profecía en cuenta, contrasta la mansedumbre de Jesús con la desobediencia del pueblo de Israel simbolizada en la burra que Jesús pide a sus discípulos. La asimilación de la asna con el pueblo de Israel en este texto de Jeremías será de gran importancia para la interpretación de la entrada de Jesús en Jerusalén por los santos padres. Orígenes nos cita una interpretación que diferencia a la borrica atada del momento de desatarla: Conozco personas que ven en la borrica atada a los fieles que vienen de la circuncisión, y libres de las ataduras de las diversas opiniones, han recibido de la Palabra una enseñanza verdaderamente espiritual (7). Y San Ambrosio, entre otros, ve en el pollino a un nuevo Israel, un vástago joven y nuevo que nadie aún ha cabalgado: la Iglesia de los paganos.

Jesús cabalga a lomos de la borrica, la sinagoga, que desatada y conversa camina con el pollino, nunca cabalgado por ninguna ley y que podrá ser educada en la obediencia a su amo, Cristo, el Señor. Se dejará domar, embridar y montar el que durante tanto tiempo estuvo indómito, suelto y sin ser montado por nadie. Y así sucederá lo que dice el Apóstol: La muchedumbre de paganos entrará en la Iglesia de Dios, y entonces se salvará también Israel, junto con todos ellos (Cf. Rom 11, 25). La madre seguirá a su hija y la cría conducirá a la madre, es decir: la nacida en segundo lugar, la Iglesia de los paganos, precederá a la escogida en primer lugar, a Israel, y ésta la seguirá, porque estaba ciega cuando se le apareció la salud (8).

‘Ordenad una procesión con ramos’ (Sal 117)

Lo más vistoso de la procesión del Domingo de Ramos en nuestro pueblos y ciudades son las palmas que portamos para simular aquellas con que aclamaron al Señor Jesús. Pero, ¿qué tienen de particular las palmas? Debemos tener en consideración dos cosas antes de proseguir la reflexión.

En primer lugar, parece claro -porque los evangelistas coinciden en ello-, que la entrada de Jesús a Jerusalén se hizo desde el monte de los Olivos. Y así se conmemoraba cuando Egeria narra la celebración de la entrada de Jesús en Jerusalén. Más adelante volveremos sobre su testimonio.

Aunque no es tan evidente, hay que tener en cuenta también que las grandes festividades del judaísmo pasaron al cristianismo de una forma novedosa: el descanso sabático pasó con el tiempo al dies Domini, al domingo; la Pascua judía de la conmemoración del éxodo pasó a la celebración anual de la resurrección del Señor; la fiesta de las primicias o Pentecostés pasó a ser la fiesta del Espíritu Santo; y la fiesta de los Tabernáculos, celebrada a finales de septiembre, ha quedado fragmentada y relacionada con tres fiestas: las cuatro témporas de acción de gracias del año, la fiesta del bautismo del Señor y los Ramos de la Pasión (9).

Fiesta de los tabernáculos y procesión de los ramos. La fiesta de los tabernáculos, que tuvo un origen agrícola de la vendimia y memorial de la vida nómada del pueblo de Israel, en la época de la realeza adquirió un carácter mesiánico y escatológico: el Mesías viene a instaurar el reinado de Dios. La fiesta requería la construcción de cabañas para habitar durante siete días y al octavo se hace la procesión alrededor del altar portando en una mano un ramo, lulab, y en la otra un fruto del limonero, etrog. Esta procesión estaba acompañada a partir de la época postexílica por el salmo 117: Escuchad: hay cantos de victoria en las tiendas de los justos… La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular… Bendito el que viene en nombre del Señor… Ordenad una procesión con ramos hasta los ángulos del altar. Cabe mencionar que es evidente la referencia cristológica que los Santos Padres ven en la piedra angular. Y el libro de Nehemías cuando se refiere a la fiesta dice: Así pues, publicaron y pregonaron por todas sus ciudades y en Jerusalén un bando que decía: «Id al monte y traed ramos de olivo, de olivo silvestre, de mirto, de palmera y de otros árboles frondosos para hacer cabañas, como está prescrito». El pueblo salió, trajo los ramos y cada cual se hizo su cabaña; unos en su propio terrado, otros en sus patios, en los atrios del templo de Dios, en la plaza de la Puerta del Agua y en la plaza de la Puerta de Efraín (10).

Fuera de las referencias explícitas a la fiesta de los tabernáculos, tenemos en el último capítulo del libro del profeta Zacarías la alusión sobre el destino final de Jerusalén en el día de la venida del Mesías: Aquel día se plantarán sus pies sobre el monte de los Olivos, al este de Jerusalén… Todos los supervivientes de las naciones que atacaron Jerusalén subirán cada año para postrarse ante el rey, el Señor del universo, y celebrarán la fiesta de las Tiendas (11).

A partir de estas referencias podemos concluir que la procesión que narra el salmo 117 en la espera del Mesías se hace realidad. En primer lugar, porque es desde el monte de los olivos desde comienza la procesión; y en segundo lugar porque uniendo las referencias de Zacarías y Nehemías podríamos deducir que es allí el lugar donde recogen los ramos para las cabañas y el lulab (12). Ejecutar una procesión con ramos desde el monte de los olivos al templo aclamando a Jesús como aquel que viene en nombre del Señor, dejaba bastante claro ante los judíos que Jesús se dejaba proclamar como Mesías.

Espiritualidad del Ramo. Las cabañas de la fiesta no sólo tenían el carácter de recuerdo que cita el libro del Levítico (13), sino que también había adquirido la simbología de la morada eterna de los justos ya en el judaísmo. Pero aquí nos interesa más la lectura cristiana del lulab, que al igual que la decoración de las cabañas, simboliza las buenas obras que decoran al hombre. En palabras de Metodio: Festejaré solemnemente a Dios habiendo adornado el tabernáculo de mi cuerpo… lo que está prescrito para adornar las cabañas son las obras de la justicia (14). Si miramos a la visión cristiana de la Gloria nos encontramos con el texto del Apocalípsis: Después de esto vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y delante del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos (15). El lulab, que son los buenos actos que adornan nuestra vida, se transforman en la palma de la victoria de los que merecen estar en la Gloria.

El orden de la procesión hacia la iglesia con el obispo -o sacerdote- en medio de ella representando a Cristo (16), es el orden de los que con las buenas obras quieren adornar su vida y tienen la esperanza de entrar en la Gloria junto con el Rey de los cielos. Anticipamos lo que anhelamos: la palma de la victoria sobre la muerte que solo conseguimos a través de Cristo, que nos anticipa en la entrada en el cielo.

Entrada en la Jerusalén del cielo. Si el templo representa a la Jerusalén celeste en la que ha penetrado Jesús nos abre a las dos últimas consideraciones de esta reflexión: la vinculación de la procesión de ramos con la Ascensión del Señor y la apertura de las puertas de Jerusalén cuando nos hallemos ante ella.

Para la primera de ella rescatamos la referencia a Egeria, la peregrina en tierra santa, que describe la liturgia del domingo de pasión. Antes de comenzar la lectura del evangelio de la entrada de Jesús en Jerusalén, todos acuden a orar al monte de los olivos: Así, a la hora séptima todo el pueblo sube al Monte Olivete, o sea, a Eleona, a la iglesia. Se sienta el obispo y se dicen los himnos y antífonas apropiadas al día y al lugar y de igual modo, las lecturas. Cuando comienza a ser la hora nona, se asciende con himnos hasta Imbomon, que es el lugar desde donde el Señor subió al cielo, y allí se sientan, pues todo el pueblo recibe la orden de sentarse, siempre que el obispo está presente mientras los diáconos todos están de pie. Se dicen entonces allí los himnos y antífonas propios del día, así como las lecturas intermedias y las oraciones (17). Como vemos el mismo día se ora primero en el monte de los olivos y posteriormente en el lugar de la Ascensión antes de bajar a Jerusalén nuevamente. En la procesión de Ramos existe un paralelismo entre Jerusalén, iglesia y cielo: con nuestra entrada en la iglesia recordamos la entrada de Jesús en Jerusalén y anhelamos la entrada a la vida eterna.

En algunas liturgias sirias y armenias, en la procesión de los ramos, Cristo nos espera dentro de la Iglesia -no va representado en la procesión- de forma que los fieles precedidos del obispo llegan a la puerta del templo y por tres veces llaman a la puerta. Es la llamada de las vírgenes de la parábola que están esperando a que la puerta se abra para entrar al banquete de bodas donde le espera el Señor. esta parábola era usada por el rito siro-jacobita al comienzo de la Semana Santa. En el rito hispano mozárabe el diálogo tomado del salmo 23 -que esta en el actual misal romano para ese momento- expresa la resurrección y glorificación: V/. ¿Quién es el Rey de la Gloria; R (obispo). El Señor de los ejércitos, ése es el rey de la gloria (18).

Conclusiones

La hondura espiritual con la que podemos vivir cada signo en la celebración depende de nuestro conocimiento de lo que a lo largo de la historia y a lo ancho de las tradiciones litúrgicas se ha vivido. Puede que en ocasiones haya que hacer un esfuerzo de comprensión y debe disculpar el lector si en alguna ocasión no me he expresado de forma sencilla, pero las cosas de Dios sobrepasan todo juicio y la expresión con palabras nunca llagará a abarcar la grandeza de Dios. Podríamos sacar tres conclusiones breves:

1. La procesión de los ramos adquiere un carácter transversal en el tiempo. La procesión del presente que nos lleva a la iglesia es recuerdo de aquella procesión que dirigió a Jesús a la ciudad santa de Jerusalén con elementos propios de la fiesta de carácter mesiánico y escatológico de los Tabernáculos: salir con ramos desde el monte de los olivos aclamando la ascendencia davídica de Jesús y con referencia al salmo 117.

2. El que es manso y humilde de corazón se sienta a lomos de una borrica, símbolo de la desobediencia del pueblo de Israel; al desatar la borrica se expresa la libertad que Cristo ofrece a los judíos; y la cría expresa el nuevo pueblo que nace y que puede ser educado en la obediencia que su madre no ha tenido. Nosotros podemos estar atados, haber sido liberados o tener una actitud de aprendizaje ante el misterio de Cristo.

3. Los ramos que portamos es por un lado signo de la hermosura de nuestras buenas obras y por otro la palma de la victoria de que nos viene por mantenernos firmes en el anuncio de la resurrección de Cristo.

P. Santiago Martín Cañizares, pbro.


(1) Mt 21, 1ss; Mc 11, 1ss; Lc 19, 28ss; Jn 12, 1ss.

(2) Zac 9, 9.

(3) Jer 2, 20a. 23-24a.

(4) Es interesante que estos dos temas de la vid y el adulterio de Jeremías están presentes en el entorno de la narración de la entrada de Jesús en Jerusalén. La vid está presente en las parábolas de los obreros de la viña (Mt 20, 1ss) y la de los viñadores homicidas (Mt 21,33ss); mientras que el tema de la pureza y la prostitución se encuentra en los pasajes de la pregunta sobre el divorcio y la consiguiente conversación sobre los eunucos por el Reino de los cielos (Mt 19, 1ss).

(5) Cf. Jer 2, 21: Yo te planté vid selecta, toda de cepas legítimas, y tú te volviste espino, convertida en cepa borde.

(6) Cf. Jer 3, 1-2: Si un hombre repudia a su mujer, y ella se va de su lado y luego se casa con otro, ¿podrá volver al primero? ¿No ha quedado profanada esa mujer? Y tú, que has andado fornicando con todos los amantes que has querido, ¿podrás volver a mí? —oráculo del Señor—. Fíjate bien en las colinas: ¿Dónde no te mostrabas disponible? Salías a los caminos a ofrecerte, lo mismo que un nómada en el desierto. Y así profanaste la tierra con tantas fornicaciones y delitos.

(7) Orígenes, Comentario al evangelio de Juan, 10, 29, 180.

(8) E. Löhr, Los misterios pascuales, Ediciones Guadarrama, Madrid 1963, 38.

(9) Cf. J. Danielou, Teología del judeocristianismo, Cristiandad, Madrid 2004, 441-443.

(10) Neh 8, 15.

(11) Zac 14, 4.16

(12) Cf. J. Danielou, Los símbolos cristianos primitivos, EGA, Bilbao 1993, 11.

(13) Cf. Lv 23, 42-43.

(14) Citado en J. Danielou, Los símbolos…, 16-17.

(15) Ap 7,9

(16) Mientras que el Ceremonial de los Obispos establece que el obispo lleva un ramo en las manos. El Misal Romano (tercera edición típica) da a entender que el sacerdote y los ministros no llevan ramo. Ésta última rúbrica nos parece más correcta teniendo en cuenta que es más moderna que la indicación del Ceremonial, así como por su simbólica espiritual.

(17) Egeria, Itineraria, XXXI.

(18) Cf. E. Lörh, Los misterios…, 50-51: nótese que en la actualidad el salmo 23 no es usado en el rito hispano-mozárabe y la autora no ofrece más noticia de esta cuestión.

Santa Águeda y los pechos de la Madre Iglesia

El 5 de febrero se celebra en la Iglesia la memoria litúrgica de Santa Águeda, virgen y mártir. Tanto el calendario romano general como el calendario del rito hispano-mozárabe recuerdan a Santa Águeda, siendo además esta mencionada dentro de los cuarenta nombres del canon romano (plegaria eucarística I) de la misa.

¿Quien era Águeda?
Sus pechos, los de la Madre Iglesia y los dulces populares

¿Quién era Águeda?

Santa Águeda, patrona de las mujeres: vida y martirio
Por Félix Casanova

Según la tradición oral, era una hermosa joven virgen siciliana integrante de una familia distinguida que vivió en el siglo III. Ya sea Ágata en italiano, o Águeda en español, ambos nombres significan “la buena, la virtuosa”, es una latinización del nombre griego Agathe, derivado de la palabra agathos “buena”.

El documento donde consta su vida y martirio es la Passio Santa Agathae. Escrito en el siglo VI y basado en la tradición oral. La joven hacía honor a su nombre, había nacido en Sicilia (probablemente en Catania) alrededor del 230 d.C. y cuando tuvo uso de razón decidió conservarse siempre pura y virgen, por amor a Dios.

Ha sido, sin temor a exagerar, una de las santas más cantadas de la antigüedad por poetas, literatos y llevada a la pintura y escultura. En la misma liturgia romana tuvo el honor de ser venerada desde la más remota antigüedad como lo demuestra que fuera incluida en el antiguo Canon Romano.

El comienzo de sus infortunios

El procónsul Quintianus que era el gobernador de la isla, intentó conquistarla ya que era muy hermosa y de una familia distinguida.

Un día la vio y entabló con ella el siguiente diálogo:

– “¿De qué casta eres?”, le preguntó el procónsul de Sicilia, a la joven Ágata.

– “Soy de condición libre y de muy noble linaje”, contestó ella.

Inmediatamente quiso poseerla, según las Actas, se había enamorado de Ágata, “cuya belleza sobrepasaba a la de todas las doncellas de la época”. Fue rechazado varias veces y ante la respuesta negativa de la joven, buscó la ayuda de Afrodisia, que regenteaba un prostíbulo. Juntos planearon que para poseer a Ágata, había que hacerle perder la pureza (ambos no sabían que era cristiana).

Así, el gobernador la hizo llevar con artimañas a una casa de mujeres de mala vida y estarse allá un mes, pero nada ni nadie lograron que quebrantara el juramento de virginidad y pureza que le había hecho a Dios. Cuenta la tradición que por más que lo intentaron no pudieron violentarla, ya que Ágata se defendió con uñas y dientes. El gobernador, asombrado por su resistencia, mandó que la llevaran a su mansión donde le prometió riquezas si se acostaba con él pero aún así siguió manteniendo su voto de castidad.

Por ese tiempo, asume el poder el emperador Decio tras eliminar al emperador Felipe (el árabe), amigo de los cristianos. Decio decidió perseguir a los cristianos, en lo que se conoce como la séptima persecución iniciada en el año 249. Muchos judíos encabezaban las turbas que capturaban cristianos para matarlos. En esta ocasión los mártires fueron innumerables; Fabiano, obispo de Roma, fue la primera persona que sintió la severidad de esta persecución. El difunto emperador Felipe era muy amigo suyo, y por tal motivo Fabiano fue arrestado y decapitado el 20 de enero del 250 d.C.

Quintianus recibe en Sicilia por el año 250 un edicto general en el Imperio, por el que se citan a los tribunales, con el fin de que sacrifiquen a los dioses, a todos los habitantes de cualquier clase y condición, hombres, mujeres y niños, ricos y pobres, nobles y plebeyos. Es suficiente para quedar libres que arrojen unos granitos de incienso en los pebeteros que arden delante de las estatuas paganas o que participen de los manjares consagrados a los ídolos.

Al que se negara, se le privaba de su condición de ciudadano, se le desposeía de todo, se le condenaba a las minas, a las trirremes, a otros tormentos más refinados o a la esclavitud. Este era un método perverso para detectar a los verdaderos cristianos, ya que se negarían a adorar a los ídolos.

Ágata, como tantos cristianos de la isla, fue llevada ante el tribunal para que prestara también su sacrificio a los dioses. La joven, decidida y llena de fe y de confianza, se negó a realizar la ofrenda haciendo profesión pública de su fe en Cristo. Y fue llevada ante el gobernador. El procónsul le hizo ver los castigos que la esperaban si no cambiaba de opinión, sería tratada como una vulgar asesina, con la vergüenza que con ello vendría a su familia.

“¿No comprendes, cuán ventajoso sería para ti el librarte de los suplicios?”, le insinuó Quintianus que aún guardaba esperanzas de poseerla.

-“Tú sí que tienes que mudar de vida, si quieres librarte de los tormentos eternos”, le respondió Ágata.

Herido en su orgullo, y en venganza, la envió a prisión y luego de un tiempo la mandó llamar, aunque Ágata volvió a rechazarlo “Cada día que pasa me doy más cuenta de que estoy en la única verdad y que Jesucristo es el único que nos puede dar la vida eterna. Él es el único que nos puede hacer salvos”.

Desarmado ante tal fortaleza, Quintianus mandó que la sometieran al tormento de los azotes. Ágata se mantuvo firme en sus creencias, y ya despechado, y sabiendo que nunca sería suya, sin tener en cuenta los sentimientos más elementales de humanidad, ordenó que quemaran los pechos de la virgen, y se los cortasen después con unas tenazasEs famosa la respuesta de la bella Ágata en esa terrible situación: “Cruel tirano, ¿no te da vergüenza torturar en una mujer el mismo seno con el que de niño te alimentaste?”.

Impasible, Quintianus la envió una vez más a prisión. Con enormes dolores fue arrojada al calabozo, donde a media noche se le apareció un anciano venerable, que le dijo dulcemente: “El mismo Jesucristo me ha enviado para que te sane en su nombre. Yo soy Pedro, el apóstol del Señor”. Ágata curó milagrosamente y dió gracias a Dios.

Al encontrarla curada al día siguiente, Quintianus le preguntó:

“¿Quién se ha atrevido a curarte?”. A lo que ella respondió: “He sido curada por el poder de Jesucristo”. “¿Aún pronuncias el nombre de Cristo, si eso está prohibido?”. Y la joven respondió: “Yo no puedo dejar de hablar de Aquél a quien más fuertemente amo en mi corazón”.

La horrible muerte de Águeda

Entonces, enfurecido, la mandó echar sobre llamas y brasas ardientes, y mientras se quemaba nuestra protagonista, elevaba sus plegarias al cielo: “Oh Señor, Creador mío: gracias porque desde la cuna me has protegido siempre. Gracias porque me has apartado del amor a lo mundano y de lo que es malo y dañoso. Gracias por el valor que me has concedido para sufrir. Recibe ahora en tus brazos mi alma para que pueda cantar para siempre contigo en la gloria…”. Y diciendo esto expiró en Catania, blanca y pura como había vivido. Era el 5 de febrero del año 250, otros dicen que fue el 251.

Los cristianos recogieron sus restos y pronto se extiendió por toda la cristiandad la fama de su heroísmo. Terminadas las persecuciones a los cristianos, escribieron de ella y fueron numerosos los templos que se levantaron por todas partes en su honor. En el pueblo quedó prendida la llama de su constancia y martirio, llegando a ser su devoción una de las más extendidas de todos los tiempos.

En Sicilia se la venera a Santa Águeda con una gran devoción, pues según cuentan el volcán Etna hizo erupción un año después de la muerte de la Santa, allá por el 250/251 d.C. y los pobladores de Catania pidieron su intervención logrando detener la lava a las puertas de la ciudad.

Desde entonces es la patrona de la ciudad e invocada para prevenir los daños del fuego, rayos y volcanes. También se recurre a ella cuando hay problemas con los senos, partos difíciles y problemas con la lactancia. De hecho, Águeda es la patrona de los pechos de las mujeres. En la Iglesia de Santa Águeda (Roma) hay una impresionante pintura de su martirio, sobre el altar mayor.

Invocando su nombre salvó a Malta de la conquista turca en 1551, por lo que es también la patrona de los malteses. En España se celebra su día, el 5 de febrero, en muchos lugares, pero quizás los más conocidos sean las fiestas de Zamarrala y Aspariegos (Segovia), Murias de Rechivaldo (León), Arcenillas (Zamora), El Bolao (Madrid), La Fresneda (Teruel) y en Euskadi es tradición durante la víspera de Santa Águeda la presencia de grupos corales en las calles de las villas y pueblos entonando cánticos en honor a la santa.

Las reliquias de Santa Águeda se conservaron primero en Catania, mas, por temor a la profanación sarracena, fueron trasladadas a Constantinopla en el año 1040, de donde se rescataron definitivamente en 1126. Cuentan que los vecinos salieron a las calles en camisón a recibir a los soldados Goselmo y Gisliberto que traían los restos.

Las disputas por el lugar de nacimiento de la Santa han confrontado a los estamentos universitarios, eclesiásticos y populares de Palermo y Catania. En la isla se han dedicado iglesias y monumentos a esta santa y mártir, entre ellos los restos de la prisión donde fue martirizada Ágata, en la cuesta de los Capuchinos, en el interior de la Iglesia de Sant’Agata al Carcere. Cerca se hallan las Iglesias de Sant’Agata alla Fornace (en piazza Stesicoro) y de Sant’Agata la Vetere (via S. Maddalena), la primera catedral de Catania. Y todavía en Badia di Sant’Agata, la stele in piazza dei Martiri, la fontana di via Dusmet, y en muchos otros lugares hay referencias a la Santa.

https://hdnh.es/santa-agueda-patrona-de-las-mujeres-vida-y-martirio/


Sus pechos, los de la Madre Iglesia y los dulces populares

Como hemos dicho en la introducción Santa Águeda es celebrada también el 5 de febrero en el rito hispano-mozárabe. Una bellísima oración Alia toma el tormento del martirio para elevar una petición de unidad en la caridad:

Martirio de Santa Águeda

Cristo, salvación eterna y salud plena, a causa de su fe tu sierva sufrió el tormento de la ablación de aquel órgano del cuerpo que suministra a los infantes la leche maternal: concede a los que mamamos de los pechos de la madre Iglesia que no nos separemos nunca unos de otros. Así, alimentados con la leche de la caridad fraterna, seremos dignos de la compañía de los ciudadanos del cielo.

La Madre Iglesia nos engendra por el bautismo como hijos de Dios, y de su liturgia, su doctrina y su caridad fraterna somos alimentados. No podemos dejar de recordar el texto que invita a ser amamantados por Jerusalén (tipo de la Iglesia):

Sin estar de parto ha dado a luz,
no le habían llegado los dolores
y ha tenido un varón.
¿Quién escuchó o ha visto cosa semejante?
¿Se puede parir un país en un solo día,
se da a luz a todo un pueblo de una vez?
Apenas sintió los espasmos,
Sión dio a luz a sus hijos.
¿Acaso abriré yo la matriz y no dejaré parir?
—dice el Señor—.
¿Acaso yo, que hago parir, cerraré la matriz?
—dice tu Dios—.
Festejad a Jerusalén, gozad con ella,
todos los que la amáis;
alegraos de su alegría,
los que por ella llevasteis luto;
mamaréis a sus pechos
y os saciaréis de sus consuelos,
y apuraréis las delicias
de sus ubres abundantes (Is 66, 7-11)
.

Muchos otros textos usan la metáfora de la comida (festín, manjares, agua, etc.) para manifestar la realidad de que la Iglesia nos alimenta, pero ninguna como esta imagen en que se manifiesta que de su mismo ser de Madre sale el alimento para los creyentes. A Santa Águeda se le amputan esos miembros que representan el alimento y su testimonio ha sido el que ha alimentado desde los primeros siglos a los creyentes de toda la Iglesia. Tradiciones populares elaboran dulces y tartas con forma de pechos que manifestarían popularmente el dulce alimento del testimonio de esta popular virgen y mártir.

Los siete domingos de San José

Con el incremento de la devoción a San José en el s. XIX, cobraron popularidad algunas devociones, como los siete domingos de San José. Se trata de una contemplación de los gozos y dolores de San José que preparan desde siete domingos antes a la celebración de esta fiesta.

Ofrecemos aquí una guía para la oración de estos domingos usando las reflexiones que el Papa Francisco escribió para la convocación del año de San José. Puede hacerse de forma personal o comunitaria, incluso al final de la celebración de la eucaristía, antes de la bendición y despedida.

Primer Domingo
Segundo Domingo
Tercer Domingo
Cuarto Domingo
Quinto Domingo
Sexto Domingo
Séptimo Domingo


PRIMER DOMINGO DE SAN JOSÉ

V/. Le nombró administrador de su casa.
R/. Y puso en sus manos toda su hacienda. 

Contemplamos el primer dolor de San José que fue pensar en repudiar a María: 

María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado (Mt 1, 18-19). 

Frente a este dolor, el gozo de la revelación por parte del ángel de la maternidad divina de María:  

Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1, 20-21).

De la Carta Apostólica Patris corde del Papa Francisco: 

San José, el padre amado

La grandeza de san José consiste en el hecho de que fue el esposo de María y el padre de Jesús. En cuanto tal, «entró en el servicio de toda la economía de la encarnación», como dice san Juan Crisóstomo.

San Pablo VI observa que su paternidad se manifestó concretamente «al haber hecho de su vida un servicio, un sacrificio al misterio de la Encarnación y a la misión redentora que le está unida; al haber utilizado la autoridad legal, que le correspondía en la Sagrada Familia, para hacer de ella un don total de sí mismo, de su vida, de su trabajo; al haber convertido su vocación humana de amor doméstico en la oblación sobrehumana de sí mismo, de su corazón y de toda capacidad en el amor puesto al servicio del Mesías nacido en su casa».

Por su papel en la historia de la salvación, san José es un padre que siempre ha sido amado por el pueblo cristiano, como lo demuestra el hecho de que se le han dedicado numerosas iglesias en todo el mundo; que muchos institutos religiosos, hermandades y grupos eclesiales se inspiran en su espiritualidad y llevan su nombre; y que desde hace siglos se celebran en su honor diversas representaciones sagradas. Muchos santos y santas le tuvieron una gran devoción, entre ellos Teresa de Ávila, quien lo tomó como abogado e intercesor, encomendándose mucho a él y recibiendo todas las gracias que le pedía. Alentada por su experiencia, la santa persuadía a otros para que le fueran devotos.

En todos los libros de oraciones se encuentra alguna oración a san José. Invocaciones particulares que le son dirigidas todos los miércoles y especialmente durante todo el mes de marzo, tradicionalmente dedicado a él.

La confianza del pueblo en san José se resume en la expresión “Ite ad Ioseph”, que hace referencia al tiempo de hambruna en Egipto, cuando la gente le pedía pan al faraón y él les respondía: «Vayan donde José y hagan lo que él les diga» (Gn 41,55). Se trataba de José el hijo de Jacob, a quien sus hermanos vendieron por envidia (cf. Gn 37,11-28) y que —siguiendo el relato bíblico— se convirtió posteriormente en virrey de Egipto (cf. Gn 41,41-44).

Como descendiente de David (cf. Mt 1,16.20), de cuya raíz debía brotar Jesús según la promesa hecha a David por el profeta Natán (cf. 2 Sam 7), y como esposo de María de Nazaret, san José es la pieza que une el Antiguo y el Nuevo Testamento.

Finaliza con la oración del Papa Francisco a San José: 

Salve, custodio del Redentor
y esposo de la Virgen María.
A ti Dios confió a su Hijo,
en ti María depositó su confianza,
contigo Cristo se forjó como hombre.

Oh, bienaventurado José,
muéstrate padre también a nosotros
y guíanos en el camino de la vida.
Concédenos gracia, misericordia y valentía,
y defiéndenos de todo mal. Amén.

SEGUNDO DOMINGO DE SAN JOSÉ

V/. Le nombró administrador de su casa.
R/. Y puso en sus manos toda su hacienda. 

Contemplamos el segundo dolor de San José que tuvo que ver nacer a Jesús en la más absoluta pobreza: 

José, por ser de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea, para empadronarse con su esposa María, que estaba encinta. Y sucedió que, mientras estaban allí, le llegó a ella el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada (Lc 2, 4-7).

Frente a ese dolor, el gozo de ver a los ángeles anunciar y cantar la gloria de Dios: 

El ángel les dijo: «No temáis, os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor». De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad».(Lc 2, 10-11.13-14)

De la Carta Apostólica Patris Corde del Papa Francisco: 

San José, el padre de la ternura

José vio a Jesús progresar día tras día «en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres» (Lc 2,52). Como hizo el Señor con Israel, así él “le enseñó a caminar, y lo tomaba en sus brazos: era para él como el padre que alza a un niño hasta sus mejillas, y se inclina hacia él para darle de comer” (cf. Os 11,3-4).

Jesús vio la ternura de Dios en José: «Como un padre siente ternura por sus hijos, así el Señor siente ternura por quienes lo temen» (Sal 103,13).

En la sinagoga, durante la oración de los Salmos, José ciertamente habrá oído el eco de que el Dios de Israel es un Dios de ternura, que es bueno para todos y «su ternura alcanza a todas las criaturas» (Sal 145,9).

La historia de la salvación se cumple creyendo «contra toda esperanza» (Rm 4,18) a través de nuestras debilidades. Muchas veces pensamos que Dios se basa sólo en la parte buena y vencedora de nosotros, cuando en realidad la mayoría de sus designios se realizan a través y a pesar de nuestra debilidad. Esto es lo que hace que san Pablo diga: «Para que no me engría tengo una espina clavada en el cuerpo, un emisario de Satanás que me golpea para que no me engría. Tres veces le he pedido al Señor que la aparte de mí, y él me ha dicho: “¡Te basta mi gracia!, porque mi poder se manifiesta plenamente en la debilidad”» (2 Co 12,7-9).

Si esta es la perspectiva de la economía de la salvación, debemos aprender a aceptar nuestra debilidad con intensa ternura.

El Maligno nos hace mirar nuestra fragilidad con un juicio negativo, mientras que el Espíritu la saca a la luz con ternura. La ternura es el mejor modo para tocar lo que es frágil en nosotros. El dedo que señala y el juicio que hacemos de los demás son a menudo un signo de nuestra incapacidad para aceptar nuestra propia debilidad, nuestra propia fragilidad. Sólo la ternura nos salvará de la obra del Acusador (cf. Ap 12,10). Por esta razón es importante encontrarnos con la Misericordia de Dios, especialmente en el sacramento de la Reconciliación, teniendo una experiencia de verdad y ternura. Paradójicamente, incluso el Maligno puede decirnos la verdad, pero, si lo hace, es para condenarnos. Sabemos, sin embargo, que la Verdad que viene de Dios no nos condena, sino que nos acoge, nos abraza, nos sostiene, nos perdona. La Verdad siempre se nos presenta como el Padre misericordioso de la parábola (cf. Lc 15,11-32): viene a nuestro encuentro, nos devuelve la dignidad, nos pone nuevamente de pie, celebra con nosotros, porque «mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado» (v. 24).

También a través de la angustia de José pasa la voluntad de Dios, su historia, su proyecto. Así, José nos enseña que tener fe en Dios incluye además creer que Él puede actuar incluso a través de nuestros miedos, de nuestras fragilidades, de nuestra debilidad. Y nos enseña que, en medio de las tormentas de la vida, no debemos tener miedo de ceder a Dios el timón de nuestra barca. A veces, nosotros quisiéramos tener todo bajo control, pero Él tiene siempre una mirada más amplia.

Finaliza con la oración del Papa Francisco a San José: 

Salve, custodio del Redentor
y esposo de la Virgen María.
A ti Dios confió a su Hijo,
en ti María depositó su confianza,
contigo Cristo se forjó como hombre.

Oh, bienaventurado José,
muéstrate padre también a nosotros
y guíanos en el camino de la vida.
Concédenos gracia, misericordia y valentía,
y defiéndenos de todo mal. Amén.

TERCER DOMINGO DE SAN JOSÉ

V/. Le nombró administrador de su casa.
R/. Y puso en sus manos toda su hacienda. 

Contemplamos el tercer dolor de San José en el momento en que Jesús derrama su sangre en la circuncisión: 

Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción (Lc 2, 21).

Junto a este dolor, el gozo de obedecer el encargo del ángel e imponerle el santo nombre de Jesús: 

Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1, 20-21).

De la Carta Apostólica Patris Corde del Papa Francisco: 

San José, padre en la obediencia

Así como Dios hizo con María cuando le manifestó su plan de salvación, también a José le reveló sus designios y lo hizo a través de sueños que, en la Biblia, como en todos los pueblos antiguos, eran considerados uno de los medios por los que Dios manifestaba su voluntad.

José estaba muy angustiado por el embarazo incomprensible de María; no quería «denunciarla públicamente», pero decidió «romper su compromiso en secreto» (Mt 1,19). En el primer sueño el ángel lo ayudó a resolver su grave dilema: «No temas aceptar a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1,20-21). Su respuesta fue inmediata: «Cuando José despertó del sueño, hizo lo que el ángel del Señor le había mandado» (Mt 1,24). Con la obediencia superó su drama y salvó a María.

En el segundo sueño el ángel ordenó a José: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y huye a Egipto; quédate allí hasta que te diga, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo» (Mt 2,13). José no dudó en obedecer, sin cuestionarse acerca de las dificultades que podía encontrar: «Se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto, donde estuvo hasta la muerte de Herodes» (Mt 2,14-15).

En Egipto, José esperó con confianza y paciencia el aviso prometido por el ángel para regresar a su país. Y cuando en un tercer sueño el mensajero divino, después de haberle informado que los que intentaban matar al niño habían muerto, le ordenó que se levantara, que tomase consigo al niño y a su madre y que volviera a la tierra de Israel (cf. Mt 2,19-20), él una vez más obedeció sin vacilar: «Se levantó, tomó al niño y a su madre y entró en la tierra de Israel» (Mt 2,21).

Pero durante el viaje de regreso, «al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí y, avisado en sueños —y es la cuarta vez que sucedió—, se retiró a la región de Galilea y se fue a vivir a un pueblo llamado Nazaret» (Mt 2,22-23).

El evangelista Lucas, por su parte, relató que José afrontó el largo e incómodo viaje de Nazaret a Belén, según la ley del censo del emperador César Augusto, para empadronarse en su ciudad de origen. Y fue precisamente en esta circunstancia que Jesús nació y fue asentado en el censo del Imperio, como todos los demás niños (cf. Lc 2,1-7).

San Lucas, en particular, se preocupó de resaltar que los padres de Jesús observaban todas las prescripciones de la ley: los ritos de la circuncisión de Jesús, de la purificación de María después del parto, de la presentación del primogénito a Dios (cf. 2,21-24).

En cada circunstancia de su vida, José supo pronunciar su “fiat”, como María en la Anunciación y Jesús en Getsemaní.

José, en su papel de cabeza de familia, enseñó a Jesús a ser sumiso a sus padres, según el mandamiento de Dios (cf. Ex 20,12).

En la vida oculta de Nazaret, bajo la guía de José, Jesús aprendió a hacer la voluntad del Padre. Dicha voluntad se transformó en su alimento diario (cf. Jn 4,34). Incluso en el momento más difícil de su vida, que fue en Getsemaní, prefirió hacer la voluntad del Padre y no la suya propia y se hizo «obediente hasta la muerte […] de cruz» (Flp 2,8). Por ello, el autor de la Carta a los Hebreos concluye que Jesús «aprendió sufriendo a obedecer» (5,8).

Todos estos acontecimientos muestran que José «ha sido llamado por Dios para servir directamente a la persona y a la misión de Jesús mediante el ejercicio de su paternidad; de este modo él coopera en la plenitud de los tiempos en el gran misterio de la redención y es verdaderamente “ministro de la salvación”».

Finaliza con la oración del Papa Francisco a San José: 

Salve, custodio del Redentor
y esposo de la Virgen María.
A ti Dios confió a su Hijo,
en ti María depositó su confianza,
contigo Cristo se forjó como hombre.

Oh, bienaventurado José,
muéstrate padre también a nosotros
y guíanos en el camino de la vida.
Concédenos gracia, misericordia y valentía,
y defiéndenos de todo mal. Amén.


Tema 14. La Santa Misa (I). Ritos iniciales

Introducción

Importancia del canto

39. Amonesta el Apóstol a los fieles que se reúnen esperando unidos la venida de su Señor, que canten todos juntos salmos, himnos y cánticos inspirados (cfr. Col 3,16). Pues el canto es signo de la exultación del corazón (cfr. Hch 2, 46). De ahí que San Agustín dice con razón: “Cantar es propio del que ama”, mientras que ya de tiempos muy antiguos viene el proverbio: “Quien canta bien, ora dos veces”.

40. Téngase, por consiguiente, en gran estima el uso del canto en la celebración de la Misa, atendiendo a la índole de cada pueblo y a las posibilidades de cada asamblea litúrgica. Aunque no sea siempre necesario, como por ejemplo en las Misas fériales, cantar todos los textos que de por sí se destinan a ser cantados, hay que cuidar absolutamente que no falte el canto de los ministros y del pueblo en las celebraciones que se llevan a cabo los domingos y fiestas de precepto.

Sin embargo, al determinar las partes que en efecto se van a cantar, prefiéranse aquellas que son más importantes, y en especial, aquellas en las cuales el pueblo responde al canto del sacerdote, del diácono o del lector, y aquellas en las que el sacerdote y el pueblo cantan al unísono.

41. En igualdad de circunstancias, dése el primer lugar al canto gregoriano, ya que es propio de la Liturgia romana. De ninguna manera se excluyan otros géneros de música sacra, especialmente la polifonía, con tal que sean conformes con el espíritu de la acción litúrgica y favorezcan la participación de todos los fieles.

Como cada día es más frecuente que se reúnan fieles de diversas naciones, conviene que esos mismos fieles sepan cantar juntos en lengua latina, por lo menos algunas partes del Ordinario de la Misa, especialmente el símbolo de la fe y la Oración del Señor, usando las melodías más fáciles.

Posturas corporales
Silencio sagrado

Ritos iniciales