Reflexión para ‘La despensa de Betania’ de Radio María el jueves 31 de octubre de 2024.
Granadas, higos y uvas: el anticipo de la tierra prometida
«Ellos subieron y exploraron la tierra desde el desierto de Sin hasta Rejob, a la entrada de Jamat. Subieron por el Négueb y llegaron hasta Hebrón, donde vivían Ajimán, Sesay y Talmay, los descendientes de Anac. Hebrón fue fundada siete años antes que Soán de Egipto. Llegaron hasta el valle de Escol, y cortaron allí un sarmiento con un racimo de uvas, que llevaron entre dos sobre un palo; también cogieron granadas e higos. Aquel lugar se llamó valle de Escol, a causa del racimo que allí cortaron los israelitas. Al cabo de cuarenta días volvieron de explorar la tierra; y se presentaron a Moisés y Aarón y a toda la comunidad de los hijos de Israel, en el desierto de Farán, en Cadés. Presentaron su informe a toda la comunidad y les enseñaron los frutos del país. Y le contaron: «Hemos entrado en el país adonde nos enviaste; y verdaderamente es una tierra que mana leche y miel; aquí tenéis sus frutos» (Num 13,21-27).
XXXI. «Allí la vid evangélica, declarada por el propio testimonio de la Verdad, que, manifestada a todo el mundo, se ofrece como la vida a los que creen en ella, y a los creyentes en ella los tiene como sarmientos para la vida eterna; y la sangre de esta uva es el precio del mundo, la redención de los fieles, la abolición del pecado y el premio del reino».
XXXII. «Allí la granada de la nobleza de la Iglesia, que se compone en apretada unidad de tantos granos de fieles, que está distribuida en compartimentos de méritos y es compacta por la unidad de la fe, a la que la sangre de Cristo tiñe de rojo con su marca y perdura perpetuamente en la eternidad bienaventurada».
XXXIII. «También la higuera, desechando los higos inmaduros primeros de la ley de los judíos, condujo subsiguientemente a la dulzura del Evangelio, en el tiempo de la gracia, a los creyentes».
(San Ildefonso, De itinere deserti)
Cuadros de ánimas
El sol, la luna y las estrellas
Cristo, la Iglesia y los santos
«Como del sol y de la luna se dice que son grandes lumbreras en el firmamento del cielo, así también de Cristo y de la Iglesia en nosotros». «Cristo es, pues, ‘la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo’ (Jn 1, 9), y la Iglesia, iluminada por su luz, se convierte ella misma en ‘luz del mundo’ que ilumina ‘a todos los que están en las tinieblas’, como atestigua el mismo Cristo cuando dice a sus discípulos: ‘vosotros sois la luz del mundo’ (Mt 5,14)». «Pues como ‘una estrella difiere de otra estrella por su resplandor’ (1 Cor 15,41), así también cada uno de los santos difunde su luz en cada uno de nosotros en proporción a su grandeza» (Orígenes).
La Virgen María
«La esperanza encuentra en la Madre de Dios su testimonio más alto. En ella vemos que la esperanza no es un fútil optimismo, sino un don de gracia en el realismo de la vida. Como toda madre, cada vez que María miraba a su Hijo pensaba en el futuro, y ciertamente en su corazón permanecían grabadas esas palabras que Simeón le había dirigido en el templo: «Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón». (Lc 2,34-35). Por eso, al pie de la cruz, mientras veía a Jesús inocente sufrir y morir, aun atravesada por un dolor desgarrador, repetía su “sí”, sin perder la esperanza y la confianza en el Señor. De ese modo ella cooperaba por nosotros en el cumplimiento de lo que había dicho su Hijo, anunciando que «debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días» (Mc 8,31), y en el tormento de ese dolor ofrecido por amor se convertía en nuestra Madre, Madre de la esperanza. No es casual que la piedad popular siga invocando a la Santísima Virgen como Stella maris, un título expresivo de la esperanza cierta de que, en los borrascosos acontecimientos de la vida, la Madre de Dios viene en nuestro auxilio, nos sostiene y nos invita a confiar y a seguir esperando» (Francisco, Bula de convocación del jubileo ordinario del año 2025 ‘Spes non confundit’).
«Quae est ista, quae progreditur quasi aurora consurgens, pulchra ut luna, electa ut sol, terribilis ut castrorum acies ordinata?»
«¿Quién es esta que despunta como el alba, hermosa como la luna, refulgente como el sol, imponente como un batallón?» (Ct 6,10).
La liturgia del Domingo de Ramos y la Ascensión del Señor
«Al celebrar ahora el memorial de la pasión salvadora de tu Hijo, de su admirable resurrección y ascensión al cielo, mientras esperamos su venida gloriosa,
te ofrecemos, en esta acción de gracias, el sacrificio vivo y santo»
(Plegaria eucarística III)
La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén es profecía de su Ascensión, su entrada en la Jerusalén del cielo, ambas desde el monte de los olivos hacia la Jerusalén histórica y celeste respectivamente. La «pasión salvadora» es el pórtico doloroso del gozo de la «admirable resurrección y ascensión»: Redención en tres actos.
La liturgia del Domingo de Ramos auna esas tres perspectivas como pocas celebraciones: un Domingo, día de la Pascua de Resurrección semanal, proclamamos y veneramos la cruz a través de la lectura de la Pasión del Señor, anticipada de la procesión de los Ramos que recuerda la entrada de Jesús en Jerusalén, evoca su entrada en el cielo por su Ascensión y nos abre a la esperanza de nuestra propia migración a la ciudad celeste adornados por los ramos y palmas de la victoria (cf. Ap 7,9).
La liturgia anterior a la reforma expresaba este misterio cuando el Domingo de Ramos, con el asta de la cruz se abrían las puertas de la Iglesia. A continuación dejamos la traducción de la mencionada liturgia y una imagen de la Ascensión del Señor en la que Cristo abre las puertas del cielo portando una cruz de asta: un ejemplo de la plasmación en el arte del misterio que se vive en la liturgia.
Liturgia de la entrada de la procesión de Ramos en la Iglesia (Misal de San Juan XXIII)
En el regreso de la procesión, dos o cuatro cantores entran en la iglesia y, cerrando la puerta, de pie con el rostro vuelto hacia la procesión, inician el verso: Gloria, alabanza, y cantan los dos primeros versos. El sacerdote, junto con los demás que están fuera de la iglesia, repite los mismos versos. Luego, los que están dentro cantan los versos siguientes, ya sea todos o una parte, según se considere apropiado, y los que están fuera responden a cada dos versos: Gloria, alabanza, como desde el principio.
Gloria, alabanza y honor sean para ti,
Cristo Rey, Redentor:
A quien los niños ofrecieron el canto de un piadoso Hosanna.
℞. Gloria, alabanza.
Tú eres el Rey de Israel, el glorioso descendiente de David:
Tú, que vienes en el nombre del Señor, oh bendito Rey.
℞. Gloria, alabanza.
Todo el coro celestial en las alturas te alaba,
así como los hombres mortales y todas las criaturas a la vez.
℞. Gloria, alabanza.
El pueblo hebreo salió a tu encuentro con palmas:
Nosotros estamos aquí ante ti con súplicas, votos e himnos.
℞. Gloria, alabanza.
Ellos te ofrecieron cánticos de alabanza mientras ibas a padecer:
Nosotros ahora cantamos para ti, que reinas.
℞. Gloria, alabanza.
Ellos te agradaron, que nuestra devoción también te complazca:
Oh buen Rey, clemente Rey, a quien todas las cosas buenas agradan.
℞. Gloria, alabanza
Después, el subdiácono golpea la puerta con el asta de la cruz, la cual inmediatamente se abre, y la procesión entra en la iglesia cantando:
℞. Al entrar el Señor en la ciudad santa, los niños hebreos proclamaban la resurrección de la vida, * Con ramas de palmas: clamaban Hosanna en las alturas.
℣. Cuando el pueblo oyó que Jesús venía a Jerusalén, salieron a su encuentro. Con ramas. Y no se dice Gloria Patri.
Luego se celebra la Misa, y se mantienen las ramas en las manos mientras se canta la Pasión y únicamente el Evangelio.
(…)
Oración
Omnipotente y eterno Dios, que para dar al género humano un ejemplo de humildad, hiciste que nuestro Salvador tomara carne y sufriera la cruz: concédenos propicio que merezcamos tanto aprender de su paciencia como participar en su resurrección.


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De la poética a la prosa
“No estás lejos del Reino de Dios” (Mc 12,33).
Domingo XXXI de tiempo ordinario (B)
3 de noviembre de 2024
Nos admiramos en nuestras visitas a los monumentos o a los parajes naturales de aquellas cosas que sobresalen por su belleza o porque el arquitecto —bien el divino, bien el humano— ha querido que destaque sobre el conjunto. De entre todas las bóvedas que configuran el cierre de la catedral de nuestra Catedral, sobresale el cimborrio; sobre todos los acuiferos de Sanabria sobresale el gran lago. Ambos ejemplos vendrían a ser la punta de un iceberg y, por tanto, ambos son el objeto principal de la mirada comtemplativa y poética de los visitantes.
Esta mirada primeriza no suele acertar a entender que su belleza y grandiosidad no puede existir sin otros muchos elementos, a veces pequeños, en muchos casos poco vistosos, y siempre discretos que sostienen el cimborrio. Quién lo visita de forma turística, enfrascado en los carteles y las audioguías, acaso sacando una foto furtiva de recuerdo, tampoco sabe valorar la vida que se desarrolla bajo su cubierta. Algo similar ocurre con el lago que no puede entenderse sin los humildes regueros y los pequeños arroyos que se forman con el deshielo junto a la infinidad de manantiales que sostienen el verdor y grandeza del gran lago, centro de vida de múltiple flora y fauna.
Como estas aguas, el cimborrio no es un elemento aislado del conjunto de la catedral aunque sea su ónfalos: el lugar donde la vida litúrgica y cultural de la diócesis encuentra su ombligo —o al menos debería—.
El evangelio de este domingo nos brinda la oportunidad de una poética espiritual. El escriba pregunta, Jesús responde y el escriba asiente con una respuesta que manifiesta su admiración por lo que Jesús le pide: amar a Dios y al prójimo “vale más que todos los holocaustos y sacrificios”. Respuesta simple y certera. Pero como simple suele ser la mirada del turista. La respuesta se me antoja tan cierta como poética. Como ciertos son los detalles que describen el cimborrio y el Lago sin romper la poesía de la contemplación de su belleza.
Ante esta visión simple y poética cabe preguntarse, ¿qué entramado de acciones sostiene amar a Dios y al prójimo?; y más aún, ¿qué tipo de vida se cobija bajo este doble mandamiento? Y debemos hacernos estas preguntas porque no vaya a ser que la poética nos quite de vista la prosa, a veces adusta y áspera de la vida cotidiana. Mucho de lo que sostiene el amor a Dios y al prójimo tiene que ver con la cruz y el sacrificio; pero a cambio, mucho de la vida que se encierra bajo el amor a Dios y al prójimo, tiene que ver con la gloria de la resurrección a la que somos llamados.
Adrienne von Speyr. Mística y teóloga
A continuación compartimos las diapositivas de la exposición de este tema en el marco del ciclo de conferencias ‘Perfiles espirituales’ en el Centro Teológico San Agustín de El Escorial.
El Concilio de Vienne y el legado de las cátedras de lenguas orientales
El 16 de octubre de 1311, se inauguraba en la ciudad de Vienne, Francia, el Concilio de Vienne, uno de los eventos más influyentes del siglo XIV en la Iglesia Católica. Convocado por el Papa Clemente V, este concilio se centró en varias cuestiones cruciales para la Cristiandad, entre ellas, la controvertida disolución de la Orden del Temple y las iniciativas para recuperar Tierra Santa. Sin embargo, uno de los legados más significativos, aunque a menudo pasado por alto, fue la creación de cátedras de lenguas orientales en universidades europeas.
Una de las propuestas más innovadoras del concilio, impulsada por el pensador y misionero mallorquín Ramon Llull, fue la fundación de cátedras para la enseñanza de árabe, hebreo y caldeo en las universidades de París, Oxford, Bolonia y Salamanca. Llull, consciente de la importancia del conocimiento de las lenguas orientales para la evangelización en tierras musulmanas y judías, defendió la idea de que los futuros misioneros debían estar preparados para comunicarse directamente en las lenguas locales, facilitando el diálogo interreligioso y la conversión pacífica.
El decreto Inter sollicitudines, que emanó del concilio, oficializó esta iniciativa, marcando un hito en la historia de la educación europea. Estas cátedras, además de enseñar las lenguas, estaban destinadas a traducir textos clave del árabe y hebreo al latín, lo que permitió un intercambio cultural sin precedentes entre Oriente y Occidente.
El Concilio de Vienne no solo fue testigo de grandes decisiones políticas y religiosas, sino que también promovió la creación de un puente entre civilizaciones, que tendría un impacto duradero en la historia del conocimiento y las relaciones interculturales.
Imagen: Concilio de Vienne
wikipedia.org
Principios y sinodalidad
“En casa, los discípulos volvieron a preguntarle lo mismo” (Mc 2,10).
Ya es parte del argot popular la frase de Groucho Marx “éstos son mis principios, si no le gustan, tengo otros”. Asistimos en la vida política, económica, y diría que incluso cultural y religiosa, a un desajuste de principios. Todos vemos como en la esfera pública “donde dije digo, digo Diego”, sin que aparentemente haya mayores consecuencias que algunas críticas de sectores que no actúan de forma muy diferente. Hablo claro está de la vida política de nuestro país, aunque podría hablar del seno de una familia, de una asociación vecinal e incluso de la vida cotidiana eclesial. Por desgracia esta liquidez en los cimientos de nuestros principios hace que el edificio de nuestra ética esté amenazando ruina.
La respuesta de Jesús en el evangelio de este domingo a la ley de acta de repudio que Moisés dio al pueblo de Israel —“al principio de la creación…”— nos ayuda a entender que no hay que confundir la misericordia con los principios. Moisés concede las actas de repudio como un acto de misericordia ante el dolor de ciertas situaciones matrimoniales, no como principio rector de la vida matrimonial. Misericordia y principios pueden ser los dos zapatos con los que caminar en la vida: los principios marcan el rumbo de la santidad a la que los cristianos estamos llamados; la misericordia nos ayuda a volver al camino cuando el pecado nos ha echado a la cuneta de la vida.
La Iglesia acoge a “todos, todos, todos” sus hijos, buscando la sanación y la salvación de todos los hombres a los que ha sido enviada; pero no hay que confundir esta acogida con aceptar “todos, todos, todos” los principios de quienes se acercan a nosotros. Al final, aceptarlo todo equivale a aceptar “cualquier” idea como principio rector de nuestra vida, incluido el pecado —que ya se maquillará de alguna pía misericordia—.
Estamos en un momento social y eclesial acuciante y asustante: la fe —y la moral que brota de ella— debe ser expuesta, vivida y celebrada en los parametros de esta nueva sociedad. Leemos en el relato evangélico como Jesús no se asusta de defender públicamente, y después de reiterar esa idea en la intimidad de los discípulos. En la Iglesia de la sinodalidad urge tanto escuchar lo que el otro tiene que decir, como tomar conciencia de que yo también tengo que ser testigo de los principios evangélicos. Y hacerlo al modo de Jesús: públicamente y en la intimidad de la vida cotidiana de nuestras iglesias.
San Óscar Romero. ‘Resucitaré en el pueblo salvadoreño’
Conferencia impartida en el contexto del ciclo ‘Perfiles Espirituales’ del Centro Teológico San Agustín (Real Centro Universitario Escorial – María Cristina) en El Escorial (Madrid).
Algunos de los días más importantes en la vida de San Óscar Romero:
- 15 de agosto de 1917: Nacimiento de Óscar Arnulfo Romero en Ciudad Barrios, El Salvador.
- 4 de abril de 1942: Ordenación sacerdotal en Roma, Italia. Tras ser ordenado, regresa a El Salvador.
- 21 de junio de 1970: Nombramiento como obispo auxiliar de San Salvador por el papa Pablo VI.
- 15 de octubre de 1974: Es nombrado obispo de Santiago de María, una diócesis rural en El Salvador, donde comienza a vivir de cerca las dificultades y las injusticias sufridas por los campesinos.
- 23 de febrero de 1977: Nombramiento como arzobispo de San Salvador. A partir de este momento, su postura profética y su denuncia de las injusticias sociales toman mayor relevancia.
- 12 de marzo de 1977: Asesinato del padre Rutilio Grande, un amigo cercano de Romero y sacerdote defensor de los derechos de los campesinos. Este evento marca un punto de inflexión en la vida de Romero, radicalizando su compromiso con los pobres y marginados.
- 24 de marzo de 1980: Asesinato de Óscar Romero mientras celebraba misa en la capilla del Hospital de la Divina Providencia en San Salvador. Este evento sacudió a El Salvador y al mundo entero.
- 23 de mayo de 2015: Beatificación de Óscar Romero en una ceremonia multitudinaria en San Salvador, reconociéndolo como mártir de la fe.
- 14 de octubre de 2018: Canonización de Óscar Romero por el papa Francisco en el Vaticano, reconociéndolo oficialmente como santo de la Iglesia Católica.



















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