San Eulogio de Córdoba es celebrado por el rito romano el 9 de enero, pero el calendario hispano-mozárabe fija la fecha el 1 de junio junto a su discípula Lucrecia.
San Eulogio vivió en tiempos del emirato de Córdoba, un tiempo con muchas censuras y limitaciones para los cristianos como por ejemplo no poder evangelizar a los no cristianos. Las abundantes confesiones de fe de los mártires que crearon en el año 851 una gran conmoción en la ciudad de Córdoba fueron apoyadas por este santo que se convirtió en su defensor y cronista. La mayor parte de su obra literaria está consagrada a la crónica de los martirios y a animar a los cristianos que por la fuerte persecución estaban abandonando la fe. Es tanta la fama de este presbítero que tras la muerte del metropolitano de Toledo es elegido para sucederle. Debido a las grandes tensiones en la ciudad de Córdoba no puede trasladarse a Toledo para ser consagrado arzobispo. Un nuevo arzobispo será elegido tras el martirio de Eulogio.
Sería condenado por que a través de sus escritos y predicaciones convertía a los no cristianos. El caso de Lucrecia sería el punto final para condenar a muerte a Eulogio. Lucrecia era hija de musulmanes, pero educada como cristiana por una tía suya. Sus padres habiéndose enterado, quieren ocultar que es cristiana, pero ella huye a casa de Eulogio para seguir profesando su fe. Eulogio la recibe pero son arrestados y en el interrogatorio Eulogio reconoce haber instruido en la fe cristiana a Lucrecia y haberla animado a mantenerse firme en la fe y ser fiel al bautismo. Invitado a abrazar el islam para no ser ejecutado, San Eulogio profesan la fe cristiana y así es condenado a muerte. Fue sepultado en la basílica de San Zoilo. Unos días más tarde su discípula Lucrecia correrá la misma suerte martirial. El 9 de enero de 883 los restos de San Eulogio son trasladados a Oviedo.
San Eulogio de Córdoba, en su obra, nos emite un testimonio personal de cómo se vivía en la persecución procurando no acabar siendo mártir, no por no profesar la fe, sino por no considerarse dignos del martirio.
Inquietos además los paganos por causa de los mártires y sacudido con una enorme furia el mismo rey, consideró este en su interior varias medidas con las que poder reprimir la intención de los santos. Preguntó también los sabios, consultó a los entendidos e interrogó sobre este asunto a los notables de su reino. Todos ellos, en un anime conjura para la ruina de los fieles, determinaron que se arrestase a los cristianos Y que se los encadenarse en rigurosísima a prisión. En ese momento, en caso de que se presentara espontáneamente algún osado que insultara a su profeta, se suprimieron sin duda las trabas para matarlo. Nosotros, desdichados, tras averiguar esta decisión tuvimos, nos alejamos, anduvimos errantes, Nos ocultamos y, en temeroso de ambular y cambiando de aspecto, aprovechamos los silencios de la noche; nos asustamos con la caída de una hoja, cambiamos frecuentemente de morada, buscamos lugares más seguros y nos escabullimos temblorosos de todos lados por miedo a morir por la espada aun cuando un día habríamos de morir por necesidad. Y acaso oímos del martirio no por temer la muerte, que ha de llegar un día, sino por ser indignos del mismo, que se ha concedido a algunos y no todos. Pues quienes ahora sufren martirio y quienes van a ser martirizados están predestinados desde el principio del mundo, según dice el apóstol: ‘A quienes conoció de antemano, también los predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo, a fin de que fuera Él el primogénito entre muchos hermanos. Más a quienes predestinó, a estos también los llamo, y aquí les llamo, a ellos también los glorifico’ (San Eulogio de Córdoba, Memorial de los santos, II, XIV).
Obra de San Eulogio de Córdoba
Memorial de los Santos LIBRO II
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