El séptimo día, el sábado, ha sido desde antiguo (s. IX) dedicado al culto y a la contemplación de la Virgen María. No se conocen del todo los orígenes y los motivos que llevaron a establecer el sábado como el día dedicado a Santa María. Si el día del Señor conmemora cada semana la Pascua del Señor; si el jueves es eucarístico y sacerdotal por la institución de sendos sacramentos en la víspera del día de la cruz; y si los viernes son siempre penitenciales porque recordamos la redención por el árbol glorioso de la cruz; entonces podemos hacer memoria en sábado de Santa María que ‘durante el gran sábado’ cuando Cristo yacía en el sepulcro, fuerte únicamente por su fe y su esperanza, sola entre todos los discípulos, esperó vigilante la Resurrección del Señor [1].
Séptimo día, sepulcro y descanso
Sin embargo, hemos perdido un elemento importante del sábado que está mucho más en sintonía -sobre todo en la cuestión cristológica- con el recuerdo del Triduo Pascual y que la liturgia del sábado santo nos recuerda: Durante el Sábado Santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y muerte, su descenso a los infiernos, y esperando su resurrección en oración y ayuno [2]. No en vano, el oficio de lecturas ofrece una preciosa homilía antigua sobre el Gran Sábado consistente en una descripción de los acontecimientos de la redención de Adán y, con él, de todos los hombres que estaban en el sueño del abismo [3].
Precisamente la liturgia, que actualiza los misterios a través de los signos, nos ofrece diariamente el sueño como signo del sepulcro y de la muerte en la hora litúrgica de completas. El descanso nocturno es signo del sepulcro, como el amanecer lo es de la resurrección [4]. En esta misma línea la liturgia de la misa hispano-mozárabe del sábado de la octava de pascua une la resurrección, el descanso sabático después de crear el mundo en seis días y el descanso de Cristo en el sepulcro que redime a quienes ya descansaban en el abismo. Es el abajamiento, la kénosis, el sagrado intercambio[5] en su consecuencia más honda: compartir la vida divina de aquel que ha compartido nuestro destino de yacer en un sepulcro, de descansar en el abismo.
En este día, terminadas las cosas creadas, descansó. En éste, tras morir por los que habían de ser redimidos, descansó en el sepulcro. En este día cesa en su trabajo y, sepultado, su trabajo se convierte en descanso eterno. Éste es el término de las obras y la salvación de los redimidos. Es el mismo día en que el Señor, encerrado en el sepulcro, despoja a los infiernos, arrancando de las fauces del depredador la presa predestinada (Oratio Admonitionis) [6].
Octavo día y vida eterna
El mayor de los trabajos realizados por Dios en los días de la creación ha sido la Redención por la cruz en el día sexto, para descansar en el sepulcro en el día séptimo abriéndonos a la eternidad en el día octavo: el día de la resurrección. El día octavo y la octava es, por tanto, la apertura a una nueva existencia. En palabras de San Juan Crisóstomo: La llamó octava, poniendo de manifiesto tanto el cambio de estado como la renovación de la vida futura, pues la vida presente no es otra cosa que la primera semana.
Cristo, nuestro descanso
Volviendo a los textos de la liturgia hispano-mozárabe podemos encontrar además otro signo del descanso. Si Cristo es nuestro Pan de Vida porque el partió para nosotros el pan; si Cristo es nuestro sacrificio pascual porque se dejó sacrificar en el leño santo; entonces Cristo al descansar en el sepulcro se convierte para nosotros en descanso real de los trabajos y alivio de las almas cansadas (Ad Pacem). Palabras que expresan de otra forma el mismísimo mandato de Jesús: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas (Mt 11, 28-29).
María espera la Redención
Ya indicamos que no parece estar claro el motivo por el que el sábado comenzó a tener ese carácter mariano y que habíamos olvidado esta dimensión más cristológica y soteriológica del sábado. Pero una no excluye a la otra. Un escritor del s. VI, Romano, el Cantor, pone en boca de Jesús unas palabras de consuelo dirigidas a María: ¿por qué lloras, oh María? ¿por qué, junto con las otras mujeres te abandonas al dolor? ¿cómo podría entonces salvar a Adán? ¿no he de bajar al sepulcro? ¿cómo llevaré entonces a la vida a quienes están en el Hades?. María, la nueva Eva, acompaña a Jesús en todo su misterio: se encarna en ella, permanece al lado de la cruz y del sepulcro esperando el ascenso victorioso de Cristo:
Pasados dos días, retorna victorioso, vivo de entre los muertos, el que por nosotros fue antes crucificado… Saltan de gozo por el anuncio comunicado de la resurrección los mismos que quedaron tristes por la inesperada tortura de la pasión. Reconoce la Madre esos miembros que engendró (Illatio).
Con María, descansar y contemplar
La liturgia del sábado santo y la liturgia hispano-mozárabe del sábado de la octava pueden enriquecer el argot de la religiosidad popular en torno a la memoria de Santa María en sábado. No es un día elegido por alguna suerte de azar. Es la contemplación de la Redención que penetra hasta lo más profundo del abismo. Es un descansar en Cristo todo lo que en nosotros está cansado en espera de que él lo resucite: cuerpo, alma, oración y misión. Es un contemplar desde la humildad y el silencio de María que encarna las palabras que Jeremías escribió en sus Lamentaciones: desolación, memoria, esperanza, misericordia, silencio y salvación.
No dejo de pensar en ello,
estoy desolado;
hay algo que traigo a la memoria,
por eso esperaré:
Que no se agota la bondad del Señor,
no se acaba su misericordia;
se renuevan cada mañana,
¡qué grande es tu fidelidad!;
me digo: «¡Mi lote es el Señor,
por eso esperaré en él!».
El Señor es bueno para quien espera en él,
para quien lo busca;
es bueno esperar en silencio
la salvación del Señor (Lm 3, 20-26).
[1] Directorio sobre la piedad popular y la liturgia, 188.
[2] Misal Romano. Sábado Santo en la Pasión del Señor, 1.
[3] Segunda lectura del oficio de lecturas del Sábado Santo: El descenso del Señor al abismo. De una homilía antigua sobre el grande y santo Sábado (PG 43, 439. 451. 462-463):
¿Qué es lo que hoy sucede? Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio, porque el Rey duerme. La tierra está temerosa y sobrecogida, porque Dios se ha dormido en la carne y ha despertado a los que dormían desde antiguo. Dios ha muerto en la carne y ha puesto en conmoción al abismo.
Va a buscar a nuestro primer padre como si este fuera la oveja perdida. Quiere visitar a «los que viven en tinieblas y en sombra de muerte». Él, que es al mismo tiempo Dios e Hijo de Dios, va a librar de sus prisiones y de sus dolores a Adán y a Eva.
El Señor, teniendo en sus manos las armas vencedoras de la cruz, se acerca a ellos. Al verlo, nuestro primer padre Adán, asombrado por tan gran acontecimiento, exclama y dice a todos: «Mi Señor esté con todos». Y Cristo, respondiendo, dice a Adán: «Y con tu espíritu». Y, tomándolo por la mano, lo levanta, diciéndole: «Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz.
Yo soy tu Dios, que por ti y por todos los que han de nacer de ti me he hecho tu hijo; y ahora te digo que tengo el poder de anunciar a los que están encadenados: “Salid”, y a los que se encuentran en las tinieblas: “Iluminaos”, y a los que duermen: “Levantaos.”
A ti te mando: «Despierta, tú que duermes», pues no te creé para que permanezcas cautivo en el abismo; «levántate de entre los muertos», pues yo soy la vida de los muertos. Levántate, obra de mis manos; levántate, imagen mía, creado a mi semejanza. Levántate, salgamos de aquí, porque tú en mí, y yo en ti, formamos una sola e indivisible persona.
Por ti, yo, tu Dios, me he hecho tu hijo; por ti, yo, tu Señor, he revestido tu condición servil; por ti, yo, que estoy sobre los cielos, he venido a la tierra y he bajado al abismo; por ti, me he hecho hombre, «semejante a un inválido que tiene su cama entre los muertos»; por ti, que fuiste expulsado del huerto, he sido entregado a los judíos en el huerto, y en el huerto he sido crucificado.
Contempla los salivazos de mi cara, que he soportado para devolverte tu primer aliento de vida; contempla los golpes de mis mejillas, que he soportado para reformar, de acuerdo con mi imagen, tu imagen deformada; contempla los azotes en mis espaldas, que he aceptado para aliviarte del peso de los pecados, que habían sido cargados sobre tu espalda; contempla los clavos que me han sujetado fuertemente al madero, pues los he aceptado por ti, que maliciosamente extendiste una mano al árbol prohibido.
Dormí en la cruz, y la lanza atravesó mi costado, por ti, que en el paraíso dormiste, y de tu costado diste origen a Eva. Mi costado ha curado el dolor del tuyo. Mi sueño te saca del sueño del abismo. Mi lanza eliminó aquella espada que te amenazaba en el paraíso.
Levántate, salgamos de aquí. El enemigo te sacó del paraíso; yo te coloco no ya en el paraíso, sino en el trono celeste. Te prohibí que comieras del árbol de la vida, que no era sino imagen del verdadero árbol; yo soy el verdadero árbol, yo, que soy la vida y que estoy unido a ti. Coloqué un querubín que fielmente te vigilara; ahora te concedo que el querubín, reconociendo tu dignidad, te sirva.
El trono de los querubines está a punto, los portadores atentos y preparados, el tálamo construido, los alimentos prestos; se han embellecido los eternos tabernáculos y moradas, han sido abiertos los tesoros de todos los bienes, y el reino de los cielos está preparado desde toda la eternidad».
[4] Véase la oración final de las completas del viernes: Señor, Dios todopoderoso: ya que con nuestro descanso vamos a imitar a tu Hijo que reposó en el sepulcro, te pedimos que, al levantarnos mañana, le imitemos también resucitando a una vida nueva.
[5] Con sagrado intercambio nos referimos al concepto expresado en algunas oraciones, sobre todo del tiempo de Navidad y en la oración secreta de la misa en el momentos de verter el agua junto al vino en el cáliz, en que nosotros somos llamados a compartir la vida divina porque Cristo compartió nuestra condición humana.
[6] Un elenco de textos sobre el descanso (cansancio) en la liturgia de la misa hispano-mozárabe del sábado de la octava de Pascua:
En este día, terminadas las cosas creadas, descansó. En éste, tras morir por los que habían de ser redimidos, descansó en el sepulcro. En este día cesa en su trabajo y, sepultado, su trabajo se convierte en descanso eterno. Éste es el término de las obras y la salvación de los redimidos. Queda consagrado por el número siete y se nos manda santificar por el precepto de la ley antigua. Se nos manda en él huir de las obras serviles, y cultivar el ocio que favorece la piedad. Es el mismo día en que el Señor, encerrado en el sepulcro, despoja a los infiernos, arrancando de las fauces del depredador la presa predestinada (Oratio Admonitionis).
Dios, cuya operación no resulta trabajosa, cuya misericordia proporciona descanso, cuya salvación produce salud, y aleja la voluntad contraria a Dios, cúranos y sanaremos, sálvanos y quedaremos salvados. Para que nuestro Sábado, santificado con la bendición espiritual, nos resulte perfecto por los gozos pascuales (Post Nómina).
Cristo, descanso real de los trabajos y alivio de las almas cansadas, que en este séptimo día descansas perfeccionando lo que has creado y mientras redimes al hombre, dejas tu cuerpo en la quietud del sepulcro: haz que nosotros, así como en este día te ofrecemos el sacrificio de tu muerte y resurrección, rechacemos las obras de la servidumbre (Ad Pacem).
Es digno y justo que te demos gracias a ti, que siempre reinas con el Padre y el Espíritu Santo en una única divinidad, Señor Jesucristo, que tan maravillosamente nos creaste y tan misericordiosamente nos redimiste, sin cansarte en el trabajo al hacerlo (Illatio).
María espero en silencio la salvación del señor
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