El 20 de abril de 1884, el Papa León XIII firma una encíclica cuya enseñanza pretende contrarrestar las teorías y prácticas de ‘sectas’ que están en la línea de la masonería.
Más de 130 años después de las enseñanzas y advertencias del Papa León XIII sobre las pretensiones de la masonería y otras tantas sectas que comparten líneas ideológicas, podríamos decir que acertó en el análisis y en el rumbo que tomaría la sociedad. A finales del s. XIX la distancia geográfica, las comunicaciones y la defensa de la propia cultura hacían de cierto freno a la expansión de ideologías; hoy, el mundo globalizado, el relativismo cultural y la falta de una formación que filtre críticamente la ideología, han acelerado la consecución de las metas -lo que hoy llamamos agenda ideológica- de movimientos contrarios al hecho religioso.
La encíclica Humanum Genus (HG) de León XIII , después de resumir los antecedentes del magisterio de los Papas sobre el tema, emite un juicio de valor sobre los postulados de las sectas que, aunque diferentes en nombre, rito, forma y origen, al estar, sin embargo, asociadas entre sí por la unidad de intenciones y la identidad en sus principios fundamentales, concuerdan de hecho con la masonería (HG 7). La encíclica desarrolla algunas de estas ‘intenciones’ y propone algunos remedios para paliarlas. Al leer unas y otras podemos ver, como si fuera una profecía, una descripción de nuestro tiempo con la forma propia de expresarse en el s. XIX. A modo de ejemplo ofrecemos la descripción y el remedio sobre la educación de las jóvenes generaciones, que pasa por la unión de los esfuerzos del clero y los laicos -hoy llamado sinodalidad- y por el asociacionismo para la vivencia de fe -hoy marcado por los nuevos movimientos-:
La masonería tiene puesta también la mirada con total unión de voluntades en el monopolio de la educación de los jóvenes. Piensan que pueden modelar fácilmente a su capricho esta edad tierna y flexible y dirigirla hacia donde ellos quieren y que éste es el medio más eficaz para formar en la sociedad una generación de ciudadanos como ellos imaginan. Por esto, en materia de educación y enseñanza no permiten la menor intervención y vigilancia de los ministros de la Iglesia, y en varios lugares han conseguido que toda la educación de los jóvenes esté en manos de los laicos y que al formar los corazones infantiles nada se diga de los grandes y sagrados deberes que unen al hombre con Dios (HG 14); Unidas las fuerzas del clero y del laicado, trabajad, venerables hermanos, para que todos los hombres conozcan y amen como se debe a la Iglesia. Cuanto mayores sean este conocimiento y este amor, tanto mayores serán la huida y el rechazo de las sociedades secretas. Aprovechando justificadamente esta oportunidad, renovamos ahora nuestro encargo, ya repetido otras veces, de propagar y fomentar con toda diligencia la Orden Tercera de San Francisco, cuyas reglas con prudente moderación hemos aprobado hace poco. El único fin que le dio su autor, es atraer a los hombre a la imitación de Jesucristo, al amor de su Iglesia, al ejercicio de todas las virtudes cristianas. Grande, por consiguiente, es su eficacia para impedir el contagio de estas malvadas sociedades. Auméntese, pues, cada vez más esta santa asociación, de la cual podemos esperar muchos frutos, y especialmente el insigne fruto de que vuelvan los corazones a la libertad, fraternidad e igualdad jurídicas, no como absurdamente las conciben los masones, sino como las alcanzó Jesucristo para el género humano y las siguió San Francisco (HG 23).
León XIII y la masonería

SANTA PASCUA.
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