Hoy la Iglesia celebra la Exaltación de la Santa Cruz. Ya no la contemplamos con dolor penitencial como el viernes santo, sino con la alegría desbordante de saber que en ella brotó la salvación, de lo que era nuestra ruina (cf. Prefacio III Dominical de tiempo ordinario). Lo mismo que el tiempo cuaresmal comienza con la imposición de la ceniza y termina con las lecturas de la pasión en un ambiente penitencial; esta fiesta de la exaltación de la cruz tiene un carácter alegre y festivo. Concluye con esta fiesta una cuaresma que empezó el día de la transfiguración del Señor (6 de agosto) donde se anunciaba que la cruz se verá iluminada por la gloria de Cristo resucitado. Aquellos discípulos pregustaron la gloria de la resurrección como en la misa pregustamos el banquete del Cordero del Apocalipsis. Y en esta cuaresma veraniega y gozosa, desde la transfiguración de Cristo a la exaltación de la cruz, celebramos cómo María es llevada al cielo y allí es coronada como reina y señora de la creación. Es una cuaresma que mira hacia lo escatológico: la resurrección de Cristo prefigurada en su transfiguración, la cruz como estandarte de salvación y María que, asumpta al cielo y coronada como reina, en la tierra precede con su luz al peregrinante Pueblo de Dios como signo de esperanza cierta y de consuelo hasta que llegue el día del Señor (LG 68).
La exaltación de la Santa Cruz: final de la gozosa cuaresma veraniega
