Queridos hermanos, siempre la voluntad debe estar orientada hacia Dios con solicitud, hacia el Señor con acción de gracias. Pero sobre todo ahora, al celebrar este misterio, la mente debe ser más ardiente, la esperanza más dispuesta, la fe más viva; debe de exultar con gozo celeste y religioso y con comedida alegría, y desplegar ante la presencia del Señor el afecto del corazón piadoso: Si alguien se halla postrado por dejadez o inercia, al menos en este día, imitando a su Señor, levántese de la realidad y bajeza terrestre.
Este es el día en que actuó el Señor de todo, principio de la gloria y de los elementos, inicio de vida y de salvación. Reconozca a su creador el mundo creado en este día y entienda el hombre que en este mismo día ha sido liberado.
Alégrense los cielos, goce la tierra; aprendan los vivos cómo evitar la muerte. Comience la luz a ser más brillante, el sol más resplandeciente, e ilumine el tiempo de la resurrección ya que estuvo escondido en la hora de la pasión. La oración fiel por todos los miembros de la Iglesia por todas las iglesias y celebraciones sagradas sea una confiada interpelación lejos de cualquier duda; que el amor misericordioso invocado en esta celebración manifieste toda su eficacia en el futuro.
R/. Amén.Por la misericordia del mismo Cristo, Dios nuestro, que con el Padre y el Espíritu Santo, un solo Dios, vive y reina por los siglos de los siglos.
Misa hispano-mozárabe. VI Domingo de Pascua (Año II). Oratio Admonitionis.
R/. Amén.
https://www.hispanomozarabe.es/Liturgia/Renov/mis-pas6-2.htm#admonitionis

La Oratio Admonitionis (monición sacerdotal) es la introducción a las intercesiones solemnes de la Misa hispano-mozárabe. Estas intercesiones, para que podamos entender mejor, equivalen a la oración universal o de los fieles (peticiones) de la Misa en Rito Romano. Hay que tener en cuenta que la procesión de ofrendas y el canto de ofertorio o sacrificium acaba de suceder, y los dones de pan y vino ya se encuentran sobre el altar cubiertos con un velo. Por tanto, seguidamente de estas intercesiones comienza la plegaria eucarística y la consagración. Entonces podemos considerar que esta Oratio Admonitionis invita e introduce a orar primero con las intercesiones y seguidamente con la oración por excelencia: la plegaria eucarística. Los prenotandos del misal hispano-mozárabe dice sobre esta oración que ‘es la de preparar la asamblea a ejercer el don de la oración en la gran plegaria universal que va a comenzar’ (n. 43). Y San Isidoro en el mismo sentido afirma que es la ‘admonición sobre el Pueblo para que se disponga a invocar a Dios’.
Luz, creación y redención se dan cita entre los temas que trata esta oración. Con ellos podemos entender no solo el sentido de este sexto domingo de Pascua, sino tres aspectos comunes al Dies Domini en general. Siguiendo el orden de la oración en las frases que hemos subrayado más arriba podemos hacer cuatro breves comentarios:
- «Si alguien se halla postrado por dejadez o inercia, al menos en este día, imitando a su Señor, levántese de la realidad y bajeza terrestre». La postración (tumbarse) es signo de humillación, de reconocimiento de que sólo merecemos volver al polvo de donde fuimos sacados. Podemos orar con el salmista. «Tú reduces el hombre a polvo, diciendo: ‘Retornad, hijos de Adán’… ¿Quien conoce la vehemencia de tu ira, quién ha sentido el peso de tu cólera?» (Sal 89, 3. 11). El peso de la cólera de Dios o el peso de nuestros pecados hace que nuestras rodillas se doblen ante él. Arrodillarse también puede tener este sentido penitencial. El peso de nuestros pecados nos hace caer por tierra: ‘Mis culpas sobrepasan mi cabeza, son un peso superior a mis fuerzas’ (Sal 37,5). Nosotros, en muchas ocasiones, hemos perdido la gestualidad del cuerpo, pero en la antigüedad la orientación, la postura corporal o la expresión externa de los sentimientos religiosos era mucho mayor. La indicación de la monición no es una simple actitud interior de no sentirnos agobiados y avergonzados de nuestro pecado, sino que era una verdadera indicación a no orar de rodillas o postrados en este día del Señor. Así lo expreso el II Concilio de Braga (año 572): «Según la tradición apostólica, contenida en un canon antiguo, se tuvo por bien que tanto todos los domingos como todos los días de la Pascua hasta Pentecostés, hagamos nuestras oraciones , no postrados ni humillados, sino con el rostro levantado hacia el Señor, porque en estos días celebramos el gozo de la Resurrección del Señor». Norma que ha quedado hasta hoy: la letanía del sacramento del orden «en los domingos y durante el Tiempo pascual, se hace estando todos de pie, y en los demás días, de rodillas» (Pontifical Romano. Ordenación del Obispo, los presbíteros y los diáconos, 42).
- Las indicaciones del primer párrafo dejan espacio a las referencias del segundo párrafo. «Este es el día en que actuó el Señor» (Sal 117,24) es el clamor pascual por excelencia. En la liturgia romana se canta toda la octava de Pascua y es el Salmo Pascual que precede al evangelio de la Vigilia. Todo el salmo es una acción de gracias ante la actuación prodigiosa de Dios.
- «Reconozca a su creador el mundo creado en este día». Es la primera forma de actuación de Dios el primer día de la semana: el domingo. Domingo, que etimológicamente significa día del Señor, es en el que las mujeres acudieron al sepulcro y lo encontraron vacío: «El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro» (Jn 20,1). El primer día de la primera semana Dios actuó iniciando la creación del mundo. Por ello en el domingo estamos llamados, como criaturas de Dios, a alabar y bendecir a quien nos ha creado y nos ha dado todo lo que existe.
- Ese primer día de esa primera semana inicia la creación con la luz: «Dijo Dios: «Exista la luz». Y la luz existió. Vio Dios que la luz era buena. Y separó Dios la luz de la tiniebla. Llamó Dios a la luz «día» y a la tiniebla llamó «noche». Pasó una tarde, pasó una mañana: el día primero». (Gen 1,3-5). La luz es el símbolo de Cristo resucitado, tal y como se canta el el pregón Pascual: «Que el lucero matinal lo encuentre ardiendo: ese lucero que no conoce ocaso y es Cristo, tu Hijo resucitado que, al salir del sepulcro brilla sereno para el linaje humano» (Pregón pascual del rito romano). Fue así profetizado por Simeón en el templo cuando dijo del niño que es «luz para alumbrar a las naciones» (Lc …..). El mismo Jesús declaró que él era la luz del mundo (cf. Jn 8, 12). Y existe una larga tradición de invocaciones litúrgicas que aclaman y saludan a la luz como a Cristo mismo: «Contemplemos al que es verdadero Dios, cantándole, en primer lugar, esta aclamación: ‘¡Salve, oh luz!'» (Clemente de Alejandría, +213); «¡Salve, Cristo, guía de la vida, luz sin ocaso!» (Metodio de Olimpo, +311). A esta misma tradición espiritual responden las palabras: «Comience la luz a ser más brillante, el sol más resplandeciente, e ilumine el tiempo de la resurrección ya que estuvo escondido en la hora de la pasión».
Se esconde el sol porque crucificando al que es la luz sin ocaso, no queda más que tinieblas sobre la tierra (cf. Lc 23,44-45); pero cada domingo (y por extensión cada día de la Pascua) sentimos que Dios actúa re-creándonos y resucitándonos. Por ello, nada de penitencia: imitemos al Señor, alcemos la cabeza, sintámonos resucitados por él.