Estamos acostumbrados a que el día litúrgico en el rito romano coincide con el día natural. Solamente las solemnidades, como preparación de la fiesta, comienzan a celebrarse en la tarde anterior. El Oficio Divino o liturgia de las horas pretende por un lado la santificación del día y por otro, como complemento, el memorial del Misterio Pascual a través del recuerdo y la evocación de los acontecimientos de la pasión (camino del calvario, crucifixión y muerte), resurrección y primera predicación apostólica (venida del espíritu santo, subida al templo para orar y episodio de Pedro y el centurión Cornelio).
El rito hispano-mozárabe teniendo esa misma intención de la santificación del tiempo ordena el día con las mismas horas pero con una lógica diferente: ya no en el día natural sino en la repetición diaria de la secuencia muerte-vespertino y resurrección-matutino. El día litúrgico comienza con el sacrificio vespertino de ofrenda de la luz para adentrarnos en la oscuridad de la noche del sepulcro. Aquella hora es la misma en la que, mientras nuestro Señor y Salvador estaba cenando con sus apóstoles, les entregó, al empezar la cena, el misterio de su cuerpo y de su sangre, a fin de manifestar que era, aquella, la misma hora que la del atardecer del mundo [1]. Saliendo del oscuro sepulcro de la noche la alabanza matutina celebra la resurrección. Tan solo en algunas solemnidades se extendía la celebración durante todo el día con algo así como segundas vísperas.
La Illatio de la noche santa de Pascua es una bella oración en la que podemos contemplar esta secuencia muerte-vespertino y resurrección-matutino: elevando sus manos en la cruz, quedó colgado en el madero como sacrificio vespertino; y al resucitar del sepulcro se nos dió como fruto bendito de la mañana [2].
[1] San Isidoro, De ecclesiasticis officiis, I, XX.
[2] Misal hispano-mozárabe (CPL, Barcelona 2015).
Nótense aquí dos detalles complementarios: elevar las manos en la cruz, que hace referencia a la forma de extender las manos para la oración; fruto bendito de la mañana: habría que comprobar sobre los textos originales la expresión ‘fruto bendito’, aunque podría hacer referencia a la comparación entre la Virgen María y la mañana que nos traen el fruto bendito, Cristo encarnado y resucitado respectivamente. San Isidoro en De ecclesiasticis officiis hace esta doble referencia nacimiento-resurrección de Cristo al explicar los maitines: (cf. I, XXIII). La Illatio que hemos citado, por su parte, introduce el matiz de la madre Iglesia que engendra a los creyentes: en recuerdo e imitación de este sagrado misterio, ahora nacen en la vida eterna los hijos de la luz, pues la madre Iglesia, en parto matinal, los engendra en esta noche por la gracia del Espíritu, concibiéndolos sin corrupción y alumbrándolos con gozo, a semejanza de la Virgen Madre.