1. El origen cierto y el motivo de la fiesta de Pentecostés, debe buscarse en tiempos algo antiguos. Se considera que el origen del día de Pentecostés tuvo lugar cuando se escuchó la voz de Dios, que retumbaba desde lo alto del monte Sinaí, y se dió la ley a Moisés (cf. Ex 20). En el Nuevo Testamento, el origen de Pentecostés tuvo lugar cuando se hizo manifiesta la venida del Espíritu Santo, que Cristo había prometido y del que había dicho que no vendría sino después que él hubiera subido a los cielos.
2. Finalmente, transcurridos diez días desde aquel en el que Cristo entrara por la puerta del cielo, tembló de repente el lugar donde se encontraban los apóstoles en oración y el Espíritu Santo bajo sobre ellos, que se inflamaron hasta tal punto que proclamaban las maravillas de Dios en las lenguas de todos los pueblos (cf. Hch 2). La venida, desde el cielo, del Espíritu Santo sobre los apóstoles, difundido a través de la diversidad de lenguas, transmitió su solemnidad a las generaciones posteriores. Por esta causa celebramos Pentecostés y, por lo mismo, consideramos este día como insigne.
3. Esta festiva celebración del Evangelio concuerda con la festiva celebración de la ley. En el Antiguo Testamento, después de la inmolación del cordero y transcurridos luego cincuenta días, a Moisés se le entregó la ley, escrita por el dedo de Dios. En el nuevo testamento, después de haber dado muerte a Cristo, que había sido conducido como oveja llevada a inmolar, se celebra la verdadera pascua y, una vez transcurridos cincuenta días, se da el Espíritu Santo, que es el dedo de Dios, sobre 120 discípulos, el número establecido según la ley mosaica. También esta fiesta constituye otro sacramento (otro de los misterios de la vida de Cristo).
4. Consta, pues, de una semana de semanas, pero es el número de días de esta semana que engendra al mismo Pentecostés, en el se lleva acabo el perdón de los pecados por medio del Espíritu Santo. Pero cuando esta semana son de años, llegan al año cincuenta, que entre los hebreos recibe el nombre de jubileo. En el se lleva acabo, tanto la devolución de las tierras, como la libertad de los esclavos, la restitución de las posiciones, según el precio que por ellas se había estipulado. El resultado de multiplicar siete veces el siete nos da el número quincuagenario si le añadimos una unidad, que la autoridad de nuestros mayores nos indicó que debía considerarse como figura del siglo futuro; este mismo día siempre es, tanto el octavo como el primero, más aún, se trata siempre de un único día, que es el día del Señor.
5. Es preciso que retrocedamos al sabatismo de las almas del pueblo de Dios y ver cómo se cumple allí donde dice que se entrega una parte incluso a ocho, según una sentencia de Salomón que expuso disertando con sabiduría (cf Qoh 11, 1). Por eso, los cicuenta días, por entero, que siguen en la resurrección del Señor, libres día de la abstinencia, lo celebramos con plena alegría, como figura de la futura resurrección, cuando ya no habrá cansancio, sino el descanso de la alegría.
6. Por tanto, estos días, ni estamos arrodillados cuando estamos orando, porque como dijo alguien con sabiduría, doblar las rodillas es señal de penitencia de tristeza. Así pues, tal como se nos ha transmitido, durante esta solemnidad por entero, observamos en todo esto, lo mismo que hacemos el día del Señor, en el que nuestros antepasados no ayunaban ni se arrodillaban por reverencia a la resurrección del Señor.
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