Cada 29 de mayo, celebramos la memoria de San Pablo VI, Papa. Esta fecha fue elegida por ser la de su ordenación sacerdotal.
Giovanni Battista Montini, nació el 26 de septiembre de 1897 de una familia católica muy comprometida en la política y la sociedad en Concesio, Brecia (Italia).
Ingresó en el seminario de Brescia y en 1920 recibió la ordenación sacerdotal. Ya en Roma estudió filosofía y letras, obteniendo el doctorado en derecho canónico y derecho civil. Enseguida fue destinado al servicio diplomático trabajando algunos meses en Varsovia. Devuelta en Roma comienza a prestar servicios en la Secretaría de Estado en 1924. Compagina sus tareas del secretario de Estado con el acompañamiento a estudiantes universitarios. Desempeñó diferentes cargos conociendo diferentes secretarios de estado y Papas.
El 1 de noviembre de 1954 fue nombrado arzobispo de Milán. Allí dedicó una especial atención pastoral al mundo del trabajo, la inmigración y las periferias.Temas que después serían centrales en su magisterio pontificio. Creado cardenal el 15 de diciembre de 1958 por Juan XXIII, participó de los trabajos del concilio siendo elegido Papa el 21 de junio de 1963.
Continuó la línea reformadora del concilio que su predecesor había inaugurado. Sus viajes apostólicos y sus encíclicas pusieron contrapunto en la acción pastoral de los pontífices y en la forma de relacionarse con los diferentes estados (Nueva York, 1965), con las demás confesioens (Ecclesiam suam, 1964) o con el mundo del trabajo (Populoru progressio, 1967).
Murió en Castel Gandolfo el 6 de agosto de 1978.
LA EDUCACIÓN LITÚRGICA
Uno de los frutos más visibles del Concilio fue la reforma litúrgica que intentaba promover, no solo la reforma de ritos, sino también la necesidad de la participación activa de los fieles y de su educación en la celebración. Temas que para el Papa Pablo VI, no eran novedosos. Siendo Cardenal-Arzobispo de Milán, San Pablo VI escribió una carta pastoral sobre La educación litúrgica. Los temas en ella tratados serían programáticos de lo impulsado en el postconcilio, aunque no siempre bien entendidos. La dimensión comunitaria de la liturgia fue una de las claves más importantes sobre las que apoyar el movimiento litúrgico:
No nos podemos contentar con tener la iglesia llena de gente, de una multitud amorfa de presentes, masa que no representa nada, Y que asiste al rito sagrado espiritualmente distraída o sin unidad interior.
Hemos de atender a provocar una actitud correcta en los presentes, un orden, una conciencia, que creen esa atmósfera sagrada en la que se ha de desarrollar el rito religioso.
No se trata solo de exigir esa compostura educada propia de un espectáculo; hay que infundir en todos en el sentido de una acción común, de una expresa participación…
La liturgia es una celebración, o lo que es igual, una simultánea acción espiritual, que debe partir de una unidad exterior inmaterial, la asamblea, para hacer de ella una unidad interior y espiritual, la ‘Ecclesia’.