El monje benedictino que recordamos hoy, es considerado uno de los padres de la Iglesia latina de las islas británicas. Perteneció al monasterio de San Andrés de Roma y tuvo el deseo de evangelizar en Inglaterra al conocer en el mercado a los esclavos traídos de allí. Agustín no concebía cómo podía ser que seres con aspecto tan angelical como los anglos no conocieran al Dios verdadero y vivieran como paganos.
Sin embargo, a las islas británicas ya había llegado el cristianismo a través de la estructura del Imperio Romano y fue una iglesia floreciente en los cuatro primeros siglos. Las invasiones de anglos y sajones paganos recluyeron el cristianismo en algunas regiones, que con la perseverancia y al animo de diversos obispos consiguieron mantenerse firmes en la fe hasta la llegada de Agustín a las costas inglesas en el s. VI.
San Agustín de Canterbury llegó a las costas de Kent y visitó a su rey, quien le dio permiso para predicar la religión a la que el mismo se convertiría y que ya profesaba su mujer. Canterbury, capital de aquel reino fue donde se asentaron y comenzaron una tarea evangelizadora que pronto daría múltiples conversiones. Fue consagrado primer arzobispo de Canterbury y durante su vida se llevaría a cabo la evangelización de Inglaterra con la consagración de diversos obispos para las recién fundadas sedes de Londres o Rochester. San Agustín fue sepultado en el pórtico de la catedral de Canterbury y tras la finalización de ésta trasladado al pórtico norte. En tiempo de la Reforma su sepulcro fue destrido y sus reliquias desaparecieron.