Capítulo XXXVII – EL AYUNO CUARESMAL

1. Los tiempos de ayuno, según las santas Escrituras, son cuatro. En ellos, es por la abstinencia y las lamentaciones penitenciales que deben elevarse nuestras súplicas al Señor. Y aunque es bueno que todos los días se ore y se guarde abstinencia, sin embargo, durante estos tiempos es conveniente darse más intensamente a los ayunos y la penitencia. El primero de los ayunos es el Cuaresmal. Este ayuno, en los libros más antiguos tiene su origen en el ayuno de Moisés y en el de Elías. También en el Evangelio encontramos este origen, porque el Señor ayunó el mismo número de días que ellos. Así se pone de manifiesto que el Evangelio no disiente de la ley y los profetas.

2. La persona de Moisés es expresión de la ley y la persona de Elías lo es de los profetas. Cristo se manifestó glorioso entre ellos en el monte, para que destacara con mayor evidencia lo que dice de él el apóstol: Tiene el testimonio de la ley y los profetas (Rom 3,21). ¿En qué parte del año es más coherente que quedara establecida la observancia de la Cuaresma, sino en la proximidad y en los días que siguen al domingo de pasión? Porque esta observancia es expresión del esfuerzo propio de la vida actual, que también precisa de la continencia. Su objetivo es que ayunemos de los placeres de este mundo, viviendo únicamente del maná, es decir, de los preceptos celestiales y espirituales.

3. El número cuarenta es, por lo mismo, una imagen de esta vida, porque el número diez es la perfección de nuestra felicidad. El número siete es imagen de la criatura, que se encuentra unida al Creador, del cual se predica la unidad de la Trinidad, anunciada a través del tiempo por el mundo entero. Y puesto que el mundo está bajo la acción de los cuatro vientos y se levanta sobre los cuatro elementos, y cuatro veces al año hay cambio de estaciones, si el diez lo tomamos cuatro veces se alcanza el número cuarenta, número que en todos los tiempos ha sido expresión de la necesidad de abstenerse del placer, y de la necesidad de ayunar y vivir de manera casta y guardando continencia.

4. Aunque también otro sagrado misterio nos ha el significado de tal ayuno durante cuarenta días. Según la ley de Moisés todo el pueblo tenía el precepto de ofrecer diezmos y las primicias al Señor Dios. Así pues, mientras que en este precepto se nos advierte que tanto el primer deseo de nuestra voluntad como el término de nuestras obras nos llevan a expresar nuestro agradecimiento a Dios, sin embargo, el cómputo de la Cuaresma lleva hasta su plenitud esta suma de diezmos legales. El tiempo total del año es el de treinta y seis días multiplicado por el número diez: dejando a parte, en la Cuaresma, los domingos, en los que se descansa del ayuno, los días cuaresmales, que son casi la décima parte de todo el año, nos reunimos en la Iglesia y ofrecemos a Dios, como ofrendas jubilosas, el producto de nuestras obras.

5. Sin duda hay algunos, como dice nuestro Casiano, que, por ser perfectos no se atienen a esta ley cuaresmal ni se contentan con sujetarse a lo poco que supone este canon. Dejando aparte estos casos, los responsables de las Iglesias establecieron para aquellos que a lo largo de todo el año viven en medio de placeres y actividades mundanas, puesto que habían devorado, como quien come una fruta, todos los días de su vida, estuvieran sujetos, de alguna manera, a esta obligación legal, se vieron forzados a dedicar a Dios, a manera de diezmos, al menos estos días (de ayuno cuaresmal).


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