Con la cabeza bien alta

A quienes gustamos leer novelas históricas, y por tanto disfrutamos también las series y películas de tal género, en ocasiones nos topamos con las escenas del patíbulo. Escenas cargadas de intriga, en la que los movimientos lentos del verdugo, acelerados del gentío, los tonos del cielo o el recurso de la lluvia inundan de sentimientos a los lectores y espectadores. Pero no es todo esto lo que nos mueve a compadecernos del ajusticiado, sino su actitud. Quizá será lo más difícil de diseñar en el relato: ¿está el ajusticiado orgulloso, atormentado o arrepentido? En gran parte la empatía de quienes lo contemplamos desde fuera no depende de esos efectos a los que me he referido, sino más bien a la vida y la actitud del ajusticiado ante su muerte inminente.  

Ya hace algunas semanas que venimos escuchando que el Señor va a volver en su gloria. Lo hemos escuchado de diferentes formas y de diferentes textos del nuevo testamento. Y ahora nos adentramos en el Adviento para rogar que esa venida sea efectiva.  

Maranatha, cantamos.  
¡Ven Señor! Proclamamos.  
Anunciamos que el Señor viene. 
¿Poesía? Mucha y barata.  

Sobre todo porque la dulzura y las luces de los gestos que preparan a la Navidad, dentro y fuera de las parroquias, esconden lo que en realidad nos anuncia el Adviento. Dice una acción de gracias de estos días que el día será “terrible y glorioso”. El olvido de lo “terrible”, hace terriblemente artificial la “gloria”. Y es que la venida del Señor será tan terrible como gloriosa. Ya vino, y los belenes napolitanos nos muestras la grandeza de la gloria que se manifestó. Podemos contemplar en algunos de ellos a los espíritus del mal retorciéndose: lo terrible de la venida de Cristo. De forma similar lo esperamos al final de los tiempos: será  ten terrible estar ante el patíbulo del último día, como glorioso contemplar el rostro de Dios.  

Como decíamos, es la actitud de los ajusticiados en las novelas o films la que nos hace brotar esos sentimiento de rechazo o empatía. Ante la venida de Cristo somos nosotros los que podemos sentirnos orgullos, atormentados o arrepentidos y todo depende, como en los personajes, de la trayectoria de nuestra vida. No veremos a un mártir caminar cabizbajo al encuentro del verdugo. Al día “terrible y glorioso” hay que llegar sin poesía barata y con la actitud evangelica de hoy: “alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación”.


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