«Ellos subieron y exploraron la tierra desde el desierto de Sin hasta Rejob, a la entrada de Jamat. Subieron por el Négueb y llegaron hasta Hebrón, donde vivían Ajimán, Sesay y Talmay, los descendientes de Anac. Hebrón fue fundada siete años antes que Soán de Egipto. Llegaron hasta el valle de Escol, y cortaron allí un sarmiento con un racimo de uvas, que llevaron entre dos sobre un palo; también cogieron granadas e higos. Aquel lugar se llamó valle de Escol, a causa del racimo que allí cortaron los israelitas. Al cabo de cuarenta días volvieron de explorar la tierra; y se presentaron a Moisés y Aarón y a toda la comunidad de los hijos de Israel, en el desierto de Farán, en Cadés. Presentaron su informe a toda la comunidad y les enseñaron los frutos del país. Y le contaron: «Hemos entrado en el país adonde nos enviaste; y verdaderamente es una tierra que mana leche y miel; aquí tenéis sus frutos» (Num 13,21-27).
XXXI. «Allí la vid evangélica, declarada por el propio testimonio de la Verdad, que, manifestada a todo el mundo, se ofrece como la vida a los que creen en ella, y a los creyentes en ella los tiene como sarmientos para la vida eterna; y la sangre de esta uva es el precio del mundo, la redención de los fieles, la abolición del pecado y el premio del reino».
XXXII. «Allí la granada de la nobleza de la Iglesia, que se compone en apretada unidad de tantos granos de fieles, que está distribuida en compartimentos de méritos y es compacta por la unidad de la fe, a la que la sangre de Cristo tiñe de rojo con su marca y perdura perpetuamente en la eternidad bienaventurada».
XXXIII. «También la higuera, desechando los higos inmaduros primeros de la ley de los judíos, condujo subsiguientemente a la dulzura del Evangelio, en el tiempo de la gracia, a los creyentes».
(San Ildefonso, De itinere deserti)
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