Cristo, la Iglesia y los santos
«Como del sol y de la luna se dice que son grandes lumbreras en el firmamento del cielo, así también de Cristo y de la Iglesia en nosotros». «Cristo es, pues, ‘la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo’ (Jn 1, 9), y la Iglesia, iluminada por su luz, se convierte ella misma en ‘luz del mundo’ que ilumina ‘a todos los que están en las tinieblas’, como atestigua el mismo Cristo cuando dice a sus discípulos: ‘vosotros sois la luz del mundo’ (Mt 5,14)». «Pues como ‘una estrella difiere de otra estrella por su resplandor’ (1 Cor 15,41), así también cada uno de los santos difunde su luz en cada uno de nosotros en proporción a su grandeza» (Orígenes).
La Virgen María
«La esperanza encuentra en la Madre de Dios su testimonio más alto. En ella vemos que la esperanza no es un fútil optimismo, sino un don de gracia en el realismo de la vida. Como toda madre, cada vez que María miraba a su Hijo pensaba en el futuro, y ciertamente en su corazón permanecían grabadas esas palabras que Simeón le había dirigido en el templo: «Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón». (Lc 2,34-35). Por eso, al pie de la cruz, mientras veía a Jesús inocente sufrir y morir, aun atravesada por un dolor desgarrador, repetía su “sí”, sin perder la esperanza y la confianza en el Señor. De ese modo ella cooperaba por nosotros en el cumplimiento de lo que había dicho su Hijo, anunciando que «debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días» (Mc 8,31), y en el tormento de ese dolor ofrecido por amor se convertía en nuestra Madre, Madre de la esperanza. No es casual que la piedad popular siga invocando a la Santísima Virgen como Stella maris, un título expresivo de la esperanza cierta de que, en los borrascosos acontecimientos de la vida, la Madre de Dios viene en nuestro auxilio, nos sostiene y nos invita a confiar y a seguir esperando» (Francisco, Bula de convocación del jubileo ordinario del año 2025 ‘Spes non confundit’).
«Quae est ista, quae progreditur quasi aurora consurgens, pulchra ut luna, electa ut sol, terribilis ut castrorum acies ordinata?»
«¿Quién es esta que despunta como el alba, hermosa como la luna, refulgente como el sol, imponente como un batallón?» (Ct 6,10).
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