El 16 de octubre de 1311, se inauguraba en la ciudad de Vienne, Francia, el Concilio de Vienne, uno de los eventos más influyentes del siglo XIV en la Iglesia Católica. Convocado por el Papa Clemente V, este concilio se centró en varias cuestiones cruciales para la Cristiandad, entre ellas, la controvertida disolución de la Orden del Temple y las iniciativas para recuperar Tierra Santa. Sin embargo, uno de los legados más significativos, aunque a menudo pasado por alto, fue la creación de cátedras de lenguas orientales en universidades europeas.
Una de las propuestas más innovadoras del concilio, impulsada por el pensador y misionero mallorquín Ramon Llull, fue la fundación de cátedras para la enseñanza de árabe, hebreo y caldeo en las universidades de París, Oxford, Bolonia y Salamanca. Llull, consciente de la importancia del conocimiento de las lenguas orientales para la evangelización en tierras musulmanas y judías, defendió la idea de que los futuros misioneros debían estar preparados para comunicarse directamente en las lenguas locales, facilitando el diálogo interreligioso y la conversión pacífica.
El decreto Inter sollicitudines, que emanó del concilio, oficializó esta iniciativa, marcando un hito en la historia de la educación europea. Estas cátedras, además de enseñar las lenguas, estaban destinadas a traducir textos clave del árabe y hebreo al latín, lo que permitió un intercambio cultural sin precedentes entre Oriente y Occidente.
El Concilio de Vienne no solo fue testigo de grandes decisiones políticas y religiosas, sino que también promovió la creación de un puente entre civilizaciones, que tendría un impacto duradero en la historia del conocimiento y las relaciones interculturales.
Imagen: Concilio de Vienne
wikipedia.org
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