Publicado en la revista de la
Hermandad de Nuestra Señora de la Soledad
y Natividad de Aceuchal (Badajoz)
Todo extremeño que se precie el 8 de septiembre hace fiesta. En las innumerables casas de la Virgen (iglesias, ermitas, santuarios, etc.) que están diseminadas por toda España este día celebran el cumpleaños de la Virgen, y Extremadura con especial motivo. Así cumplimos con esa especie de profecía que ella en su acción de gracias formuló: “me felicitarán todas las generaciones” (Lc 1,48). La liturgia de la Iglesia usa una frase que bien podemos usar nosotros en esta felicitación a la Virgen: “Tú eres la gloria de Jerusalén; tú, la alegría de Israel; tú, el orgullo de nuestra raza”[1].
La Iglesia, muy a menudo, toma versículos de la palabra de Dios para usarlos como oración. ¡Qué mejores palabras para dirigirnos a Dios o a la Santísima Virgen que las palabras divinas que Él nos ha dado! El Cántico del paso del Mar en el Éxodo, los Salmos, el Cántico de María o el mismo Padrenuestro son parte de las Sagradas Escrituras que usamos en la comunicación con Dios. Una comunicación de ida y vuelta: con ellas Dios nos habla y con ellas también nosotros le hablamos a Él. Así las palabras “tú eres el orgullo de nuestra raza” con las que felicitamos a María son parte de la palabra de Dios. Quizá, mi querido lector, no caiga en la cuenta de dónde se encuentran. Es lógico, porque aunque nosotros las tomamos de la Escritura y se las dirigimos a nuestra Santísima Madre, sin embargo no están en los evangelios.
Cómo decía al inicio de estas líneas, todo cristiano extremeño festeja especialmente el 8 de septiembre con especial alegría. Así, parece que no se es plenamente extremeño si uno no ha visitado a la Virgen de Guadalupe y su monasterio. Visitarlo -no hace mucho lo descubrí- es sumergirse en la cultura, la historia y la religiosidad de estas tierras. Tras la visita más cultural vino la subida al camarín de la Virgen. Allí estaba la Reina de los cielos acompañada por ocho damas -agunas de ellas Reinas- del Antiguo Testamento. Son Sara, María (la hermana de Moisés), Rut, Débora, Jael, Abigail, Ester y, por último, Judit, aquella que cortó la cabeza del enemigo, Holofernes, y que mereció el reconocimiento de su pueblo que la felicitó por su hazaña clamando: “Tú eres la gloria de Jerusalén, tú eres el orgullo de Israel, tú eres el honor de nuestro pueblo” (Jdt 15,9).
En efecto, esta felicitación que dirigimos a la Virgen proviene del libro de Judit. Podría parecer extraño tomar un versículo como este y aplicarlo a la Virgen; pero el pueblo cristiano desde antiguo ha visto en Judit, como en tantas otras mujeres, algunas virtudes que se asemejan a las de la Virgen María. Por ello no es de extrañar que junto a la imagen de la Virgen María se representen también algunas mujeres del Antiguo Testamento: a la mencionada antesala del camarín de la Virgen de Guadalupe podemos añadir otros ejemplos como la capilla de la Virgen de Guadalupe del Convento de las Descalzas Reales de Madrid, un camarín de la Virgen del Rosario en Granada o la mismísima cripta de la Dormición en Jerusalén. Todas estas mujeres que son representadas acompañando a la Virgen María resplandecen por las virtudes con las que Dios las adornó y por ser sus instrumentos para formar, guiar y proteger a su pueblo.
No podemos extendernos explicando la historia de cada una de estas mujeres y por qué merecen estar reperesentadas junto a la imagen de la Virgen. Pero ya que hemos comenzado con estos versículos de felicitación a Judit preguntémonos ¿qué parecidos tiene Judit con la Virgen María? Respuesta (corta): salvar al pueblo atacando la cabeza del enemigo, la castidad y el cántico de acción de gracias.
En el Génesis leemos como la serpiente asedia con sus palabras a Eva y la convence para comer del fruto del árbol prohibido. Inmediatamente después de la caída en el pecado las palabras de Dios abren una puerta a la esperanza: “pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia; esta te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el talón” (Gn 3,15). Alguien aplastará al enemigo cuando intente asediar a los hombres. Judit vence cortando la cabeza de Holofernes, el enemigo asirio que está asediando al pueblo. Igual que Judit en ese momento, muchos otros a lo largo de la historia de Israel liberan al pueblo de los enemigos. Pero solo serpiente, el verdadero y primordial enemigo del hombre, aparecerá aplastado por María cuando nos da a luz a Cristo, el Cordero que vence quitando con su cruz los pecados del mundo.
Por eso, porque nos había de dar al Salvador, María fue preservada de todo pecado (incluído el original). La Iglesia lo conmemora en la fiesta del 8 de diciembre en que damos gracias a Dios porque “purísima había de ser la Virgen que nos diera al Cordero inocente que quita el pecado del mundo”[2]. Ese mismo día, en la tarde rezamos con las palabras ya mencionadas del libro de Judit para felicitar a María por su pureza: “Tú eres el orgullo de nuestra raza”. La pureza de María se mantiene durante toda su vida y no queda rota al concebir por obra del Espíritu Santo y ser al mismo tiempo Madre y virgen.
Al preguntarnos cómo llego Judit a poder cortar la cabeza de Holofernes nos encontramos a los dos sólos en la tienda del enemigo. Judit, viuda y preocupada por su pueblo, trazó un plan que la llevó hasta el campamento asirio, allí su belleza atrajo a Holofernes quien quiso poseerla. Algunos autores antiguos al cantar las proezas de Judit remarcan su castidad. Tan solo como ejemplo las palabras del hispano Prudencio en Phychomachia: “[Y] Judith despreciara con esquivez la cama engastada de gemas del caudillo libertino, reprimiera con la espada sus impúdicos arrebatos y, siendo mujer, de su enemigo obtuviera infamante triunfo con mano intrépida, vengadora mía de una valentía inspirada por el cielo”.
La maternidad virginal de María y la castidad de Judit hablan de las maravillas de Dios: sin su fuerza no hubiera sido posible. Ambas mujeres, conscientes de ser humildes instrumentos en manos de Dios, dan gracias. Es conocido el Cántico de María, el Magníficat: “Proclama mi alma la grandeza del Señor (…), porque ha mirado la humildad de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí” (Lc 1, 46.48-49). No es menos bella la acción de gracias de Judit (c. 16) o la que le dirije el pueblo a su heroína, y que precisamente ha sido tomada para el rezo de la hora sexta de la fiesta del 8 de septiembre. Con estas palabras también felicitamos a la Virgen por su cumpleaños:
“Bendito el Señor, creador del cielo y tierra, que hoy ha glorificado tu nombre de tal modo, que tu alabanza estará siempre en la boca de todos los que se acuerden de esta obra poderosa de Dios” (Jdt 13,24-25).
[1]Cf. Liturgia de las Horas, Común de Santa María Virgen, Laudes, Antífona 2; Ibid.,8 de diciembre: Natividad de la Bienaventurada Virgen María, II Vísperas, Antífona 2.
[2] Misal Romano, 8 de diciembre: Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María, Prefacio.


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Septiembre
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