En numerosas ocasiones nos encontramos con cristianos que no guardan el ayuno o la abstinencia —entre otras prescripciones— amparados en su sinsentido, muy especialmente en el s. XXI. Sin embargo, el conocimiento del sentido espiritual que adquirieron en la antigüedad puede ayudarnos hoy a vivir hoy estas y otras manifestaciones externas de la fe.
Volviendo nuestra mirada al jardín del Edén, donde, justo en el mismo momento en que el hombre fue expulsado, comenzó su anhelo de volver al paraiso, nos encontramos a nuestros primeros padres alimentándose de la providencia de Dios. Solo tras el pecado el hombre tiene que ganarse el alimento con trabajo y sudor. Adán, al alargar la mano para comer del fruto prohibido, hizo al hombre esclavo del alimento. De forma que, de algún modo, el ayuno constituye a la vez una forma de pedir a Dios el regreso al Edén, a la vez que es la actitud propia del hombre que ya está preparado a entrar en el paraíso.
El icono de esta espera es el Bautista: el hombre del desierto que ‘come saltamontes y miel silvestre’, es decir, que no vive del fruto de su trabajo, sino de la providencia de Dios; el hombre que anunció el Reino y esperó al Mesías.
«Juan Bautista es la figura de la vieja alianza, de la espera y preparación para el Reino, y su figura es la del ayuno. El Reino se describe como un banquete, es decir, como el final del ayuno. La Eucaristía es el banquete del Reino, su anticipo escatológico, y por lo tanto el ayuno tiene que ver en ella» (Schmemann, 2021, pág. 220).
Bibliografía
Schmemann, A. (2021). Introducción a la teología litúrgica. A la luz de la tradición de la Iglesia ortodoxa. Salamanca: Sígueme.
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