Publicado en: La Opinión – El Correo de Zamora
31 de diciembre de 2023
Parece que la celebración del Nacimiento de Cristo no son fechas para hablar de la muerte. Aún así, quienes hemos vivido en estas fechas la partida de un miembro de nuestra familia a la casa del Padre no podemos por menos que recordarlo. Hay quien este misterio de la vida y la muerte lo expresa con las palabras ﹘cristianamente desafortunadas﹘: nacemos para morir.
Los cristianos sabemos que no es así: nacemos para la vida eterna. Lo que es cierto es que nacer para la vida eterna a través del alumbramiento es más jubiloso que nacer para la vida eterna a través de la muerte. Igualmente el destino del hombre, tal y como fue creado por Dios, no es morir, sino vivir. San Ireneo de Lyon lo expresó en la máxima: la gloria de Dios es que el hombre viva.
Cuando en este tiempo de Navidad vemos tantas veces los belenes y escucharmos los relatos bíblicos quizá no veamos los signos que José y María sí vieron. Vieron cómo iban cumpliendose en María las profecías que el pueblo de Israel había recibido de los profetas: La virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel. Colocaron al niño en un pesebre envuelto en pañales sabiendo que, aquellos pesebres de la zona, eran el lugar donde se reservaban los corderos inmacualados, fajados con un lienzo, para el sacrificio del templo. Podían intuir incluso el final trágico de aquel niño según la profecía que nosotros escuchamos cada viernes santo: Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca: como cordero llevado al matadero. Más, si cabe, cuando Simeón anuncia a María: a ti misma una espada te traspasará el alma. ¿Habría nacido aquel niño para morir? O quizá, ¿habría nacido para ser sacrificado?
A pesar de todos los pensamientos que podían asediarlos la actitud que caracterizó a María y a José ante lo incomprensible del Misterio en que se encontraban envueltos fue la confianza. José, obediente y confiado en lo que el ángel le ordenaba en sueños, salió para Egipto. María siguió sus pasos con confianza.
Esto marca la diferencia entre un cristiano y alguien que no lo es: las actitudes. Al fin y al cabo todos nacimos y todos moriremos. En la partitura de la vida la clave es la confianza en Dios; el ritmo lo marca saber que el destino del hombre es la vida eterna. Y ese ritmo lo ha quedado marcado de una vez para siempre la encarnación de Jesús, el nacimiento del Salvador, su llamada a la vida eterna por su ascención una vez vencida la muerte.
“A ti misma una espada te traspasará el alma” (Lc 2,35).
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