Publicado en: La Opinión – El Correo de Zamora
3 de diciembre de 2023; p. 25
No diré que el Adviento tiene que ver poco con la Navidad porque no es cierto. O al menos no lo es del todo. No tiene que ver con la Navidad que nos han montado los centros comerciales: aconfesional, consumista y que antecede un mes a los acontecimientos del nacimiento de Cristo.
Los preparativos para una Navidad así es haberse podido proveer de algunos adornos, luces y espumillones -muchas veces reutilizados de ‘ediciones’ anteriores- para decorar aquí o allá dependiendo de la gracia del decorador; es un juego de acertar con el regalo adecuado en gusto y necesidad al agasajado y a veces más por protocolo que por un verdadero deseo de amistad o hermandad.
Y el Adviento, nada más lejos de esos preparativos. El Adviento no consiste en desempolvar el pesebre de la parroquia con los pastores y sus ovejitas para montar nuestros belenes parroquiales. Tampoco es Adviento el tiempo de los villancicos como si, a fuerza de cantarlos a destiempo, Cristo fuese a nacer en un pesebre más digno.
El evangelio de hoy, sobre la vigilancia, no es muy diferente en su contenido al de tres domingos atrás: si las doncellas hubieran estado vigilantes y supieran cuándo llegaba el esposo, las hubiera encontrado despiertas y con las lámparas preparadas. No es tan distinta la espiritualidad del Adviento a las del tiempo ordinario, sobre todo en lo concerniente a los últimas semanas del año. Se nos ha anunciado en las útlimas semanas que el Señor vendrá como el esposo que invita al banquete de bodas del cielo, como el Señor que cobrará los frutos de los talentos que nos ha dejado, o como el Rey del Universo para juzgarnos. Lo hemos contemplado usando para la liturgia el color verde de esperanza. Ahora somos nosotros los que clamamos: ¡Ven Señor!, porque queremos que se haga realidad la promesa. Y lo hacemos con el morado de la penitencia que nos prepara a la vida eterna. Poco tiene que ver esto con lo aconfesional y consumista de este anticipo navideño que vivimos en comercios y calles. Y es que nol hay nada más confesional que la esperanza cristiana: está fundamentada en el peregrinaje a través del mundo hacia la patria eterna.
Solo después de vivir este Adviento podemos vivir el otro, el que nueve días antes de la Navidad nos invita a alimentar la esperanza de que volverá con la promesa cumplida de que vino, como había prometido a los profetas, como lo esperaron los justos que en su día también clamaron: maranatha, erchu Kyrie.
“Lo que digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!” (Mt 13, 37).
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