5 de noviembre de 2023
Hoy hace precisamente una semana que finalizaba el Sínodo de los Obispos, y con él, algunas tensiones parecen tomarse un respiro. Por un lado, tensan la cuerda unas grandes esperanzas de ‘modernización’; por otro, están quienes lo observan bajo la sospecha del abandono de la Tradición de la Iglesia. Esta polarización no es nueva. También el Concilio Vaticano II se lee desde estos polos: modernización o fidelidad a la Tradición.
Surge la pregunta: ¿Se abandona la Tradición de la Iglesia cuando se reflexiona y se reforman las instituciones? No.
O al menos no necesariamente. Porque ser fiel a Cristo y a su encarnación es también procurar los cambios necesarios en la vida de la Iglesia para afrontar los nuevos retos de la evangelización sin abandonar su esencia y razón de ser: dar culto a Dios y santificar a los hombres.
En el evangelio de este domingo se nos muestra a Jesús haciendo una crítica a la pesada enseñanza farisea que ha abandonado la esencia de Ley mosaica. A estas alturas del evangelio de San Mateo, Jesús ya había presentado su mensaje como un ‘yugo llevadero’ y una ‘carga ligera’ frente a los ‘fardos pesados’ -que se mencionan hoy- de las enseñanzas de los fariseos. Éstos no son fieles a la esencia de la Ley al menos por dos actitudes: ‘no están dispuestos a mover un dedo para empujar’ y ‘todo lo que hacen es para que los vea la gente’; ni dan ejemplo, ni buscan vivir en la verdad, solo en la apariencia. A un lado y otro en las sensibilidades de la Iglesia, cabe advertir el peligro de caer en estas dos actitudes.
La secularización no viene de reformas de estructuras o de la liturgia, sino más bien, como enseñó el Concilio, de un gran déficit en el testimonio de los creyentes y de las enseñanzas de la Iglesia (léase Gaudium et Spes 19). Ya he advertido en otras ocasiones de las relecturas bíblicas líquidas que no solo se separan de la Tradición, sino que la niegan. No deja de ser curioso que esto ocurra cuando algunas comunidades eclesiales de la Reforma buscan nuevos cauces de interpretación en los primeros teólogos y obispos -los llamados ‘Santos Padres’-, mientras algunos católicos olvidan que, tal como enseñó el concilio, ‘las enseñanzas de los Santos Padres testifican la presencia viva de esta Tradición’, que junto a la Biblia es parte de la Revelación, es decir, muestran a Dios y su voluntad para el mundo. Existe una gran tentación en la Iglesia de este aparentismo fariseo: prestar oído a la agenda 2030, a la ‘crisis climática’ o a las ‘costumbres’ -que no Tradición-, ‘fardos pesados’ que se contraponen al ‘yugo llevadero’ de Cristo.
“Uno solo es vuestro maestro” (Mt 23,8).
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