Solemnidad de Santa María, Madre de Dios
1 de enero de 2022
Unidad de Acción Pastoral de Villarrín de Campos
Un año más nos reunimos en estos días para agradecer los dones recibidos en el año que termina y poner nuestra esperanza en Cristo que nace, Señor de gloria, el tiempo y la eternidad.
Con esta celebración concluye la octava de la Navidad, estos ocho días en que se prolonga lo que celebrábamos la noche del 24 de diciembre: el nacimiento de Cristo.
Nueve meses antes del nacimiento de Jesús, María recibe la visita del ángel Gabriel. Él anuncia entonces a María lo que hoy celebramos: «Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús» (Lc 1, 31). La visita del ángel a San José añade el motivo del nombre: «tú -le dice a José- le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1,21).
Hoy celebramos la maternidad de María; hoy celebramos la imposición del nombre de Jesús; hoy celebramos el inicio de la salvación de nuestros pecados.
Hoy celebramos la maternidad de María porque una humilde muchacha supo decir sí al proyecto de Dios y dió cuerpo al Salvador del mundo. Dios quiso salvar al hombre a través del hombre mismo. Hoy nuestra salvación, en toda su amplitud: la salvación de nuestro cuerpo, nuestra alma y nuestro espíritu; la salvación sanitaria, cultural, laboral, familiar, de la España vaciada, de los ancianos abandonados y de los niños no nacidos… Toda esta salvación no nos vendrá de agentes externos sino de nuestra propia naturaleza. Como en María, el Espíritu la hará brotar de nuestras propias entrañas si nosotros decimos sí a la llamada de Dios. Dios actuará en nosotros, por medio de nosotros, para nuestra salvación.
Hoy celebramos la imposición del nombre de Jesús. El ángel al visitar a San José revela el motivo del nombre: «porque él salvará a su pueblo de sus pecados». El nombre y la misión van íntimamente unidos. No podemos olvidar como el mismo Jesús le dio una misión a Simón a la vez que le imponía un nombre: «tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt 16, 18). La llamada por un nombre implica la llamada a una misión. La segunda lectura que hemos escuchado nos muestra como nosotros, por el Espíritu que hemos recibido, podemos llamar a Dios «Abba, Padre» (Gal 4, 6) y por eso nuestro nombre es el de hijos de Dios. Somos llamados y estamos llamados a ser hijos de Dios.
Hoy también celebramos el inicio de la salvación de nuestros pecados. Cuando nos referimos a que Cristo nos salvó de nuestros pecados inmediatamente pensamos en su sangre derramada en la cruz y en sus heridas. Sin embargo, esa es solo la plenitud de su entrega que comenzó con la sangre y la herida de la circuncisión. Jesús mismo explico a sus discípulos que él no venía a abolir la ley, sino a dar plenitud (cf. Mt 5, 17). Recibió la circuncisión como signo de esa alianza con el pueblo de Israel; la recibió para poder llevarla a plenitud y ofrecernos una nueva y eterna alianza: su sacrificio en la cruz del que nosotros podemos participar en la eucaristía. La misma sangre es la que se derrama para cumplir la antigua ley y la que nos ofrece una alianza eterna. Esto nos ha de recordar también que cuando Cristo viene a nosotros no viene a abolir nuestra forma de ser, sino a dar plenitud a todo eso que nosotros quizá no sabemos que tenemos, o que usamos mal. No viene a cortar la lengua al chismoso, sino a ofrecerle un motivo más noble para usarla: proclamar el evangelio; no viene con alegrías efímeras y gozos mundanos para el deprimido, sino a ofrecerle un sentido nuevo a su vida; a veces no viene ni si quiera para calmar nuestros dolores y enfermedades, sino para darle un sentido nuevo: unirlos a su cruz y ofrecerlos como sacrificio por la salvación del mundo. Salvación que tiene un nombre: Jesús, el Cristo, nacido de María, la Virgen.
Que ella interceda por nosotros en este año que comenzamos así, consagrándolo al Señor. Que sea año de gracia.